José María Esteban

Cádiz, a la espera del pájaro azul

Cádiz, como cualquier otra ciudad, es la herencia superviviente del tiempo

José María Esteban

Escondida tras las soledades adormecidas, la ciudad parece más bella. Los encuentros en brillantes suelos y los atenuados colores de sus fachadas con las brumas y lluvias, apenas permiten reconocerla. Los mares, tejedores de sus vestidos más lujosos, se advierten cada día con diferentes irisaciones. ... El azul y el verde de sus oleajes se acompasan uno tras otro en una sinfonía de bellos tonos matizados, rugientes y espumosos. Nuevos sitios escondidos afloran en la quietud. Seguimos a la espera de lo mejor.

Cádiz , como cualquier otra ciudad, es la herencia superviviente del tiempo. Una historia de mujeres y hombres que en su latir, han ido depositando lo mejor de ellos en su suelo. Los gaditanos somos amantes de nuestras bellas ciudades. Eso tiene su particular forma de entenderse. Palpitan con cada asunto que les compromete, aunque la desazón de los tiempos los haya provisto de sentimientos algo condescendientes. Hay una enorme deuda histórica con esta tierra.

Estos últimos meses: largos, numerosos y crueles, nos mantienen atentos a cifras y números. Nos han alejado de lo cotidiano, incluso a los que mandan. Las inquietudes del momento nos dirigen a la perentoria salud y la vida, dejando en segundos renglones los demás quehaceres. Nos han hecho un poco más infelices, es lógico y natural. Pero Hay que tener la esperanza de que cuando esto pase, la ciudad necesitará de los esfuerzos y dedicaciones que se han postergado. Creo que ahora son momentos de reflexión en lo mejor por hacer, e irlos ordenando ya, para su ejecución.

Decía Maurice Maeterlinck, dramaturgo belga, uno de cuyos libros se llama ‘El Pájaro Azul’, que: «A veces, mejor que combatir o querer salir de una desgracia, es intentar ser feliz, dentro de ella, aceptándola». Esta aseveración algo indulgente, lo sé, lo que trata es de afianzarnos en los deseos de sentirnos felices y con ánimos, manteniéndonos respetuosos y esperanzados. Ese libro, nombre de nuestra cueva-garito fenicia del Barrio de San Juan, que también Adolfo de Castro dio a un bandolero muy estimado en sus últimos días, trata de la felicidad. Comparando los deseos del belga con lo novelado de Castro, en los cambios de los siglos XIX y XX, los últimos de lo mejor en la Bahía, con su evocación aquí, los traigo hoy para reflexionar sobre la actitud en esta molestísima Pandemia. Urge generar ese espíritu de búsqueda de la Felicidad y la Libertad, que ambos Pájaros tenían, sin olvidar que la vida continuará, y habrá que luchar, a pesar de estos ingratos momentos de silenciosa y presa calma.

Situémonos hoy en esta aceptación inevitable, pero sigamos requiriendo a los que nos representan, que trabajen por lo social y lo común. No se distraigan en temas de aguas que no mueven molinos y asuntos ya sobrepasados. Que luchen realmente por un futuro más cercano y posible. Asuntos como el rescate del mejor empleo, óptimos servicios, infraestructuras modernas, etc., son los que verdaderamente deben ocupar estos terribles y ábregos tiempos de confinación.

Por eso, costosos peajes aduaneros ahora no interesan para nada, como algunos temas de la ciudad que se resucitan inútilmente. No vale la pena distraer a la sociedad con ellos, porque será ilusionar en lo inviable y pasajero. Hay muchos otros más necesarios por los que luchar y a tiempo completo, para que cuando esto pase, se ejecuten inmediatamente curando heridas y acercándonos a esa felicidad ciudadana. Salud, confinémonos voluntariamente, y no dejemos de exigir, por ahora virtualmente, que nadie de los que solo parece que siguen mandando, se duerman y no den el cayo por nosotros. Sigamos a la espera de ese Pájaro Azul.

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