José María Esteban
Cádiz, ciudad amurallada
Desde que tenemos datos, este trocito de tierra se ha visto envuelta en conquistas y reconquistas con ataques furibundos a sus contornos, pobladores y existencias
Si hay un concepto cultural que define a nuestra ciudad, es la de ser como su primer nombre una: ciudad amurallada. Desde el topónimo más antiguo conocido, despues de la mitológica Atlántida o del ancestral Tartesos, Gadir-Gades-Cádiz , se nos muestra ... en su propia definición como una urbe rodeada y defendida por grandes cercados protectores.
La geografía de los lugares induce las formas, características y naturalezas de las ciudades. Una población como la nuestra, isla en sí misma y suma de islas por la formación del tómbolo alpino que generó su piedra ostionera, estuvo en un enclave aislado en un confín casi exterior a la tierra firme. Peligrosamente orgullosa de su sitio, pero siempre en continuo riesgo. Desde que tenemos datos, este trocito de tierra se ha visto envuelta en conquistas y reconquistas con ataques furibundos a sus contornos, pobladores y existencias. No hubo más remedio que poner siempre un límite para su supervivencia en forma de murallas y castillos defensivos.
Esas murallas que han perseguido la forma y el icono patrimonial y visual de Cádiz, se nos reproducen en los textos, grabados, documentos y leyendas como la gran, vieja y sabia ciudad más antigua de occidente. Heródoto, Tucídides, Estrabón, Plinio, Ibn Jaldún, Al Maqrizi, etc., etc., trajeron a la memoria de estas eras los incipientes y novelados conceptos de aquella mítica ciudad en el paso del Mediterráneo al Atlántico. De hecho, aunque yo soy de los que defienden desde mi ignorancia arqueológica, que es un concepto de Bahía, más que de una sola ciudad, la visión de Gadir presupone un aislamiento querido y compartido con otros elementos urbanos del arco metropolitano y por ello hubo que rodearla de murallones y baluartes, como a las demás aldeas. Doña Blanca en El Puerto de Santa María, también es un tell, o sea una acumulación vertical de varios enclaves urbanos, como la legendaria Troya, que tuvo también las mejores murallas del mundo helenístico en su defensa.
Hoy se nos quiere vender que las nobles paredes de Cádiz, a punto de agotar su resistencia material, cansadas de aguantar olas cada 10 segundos, tienen su obsolescencia programada en este siglo. Que falta de conocimiento y que falta de respeto al propio origen e idiosincrasia muraria de esta bella ciudad. ¿Qué significa eso? Que hay que pensar si esta ciudad debe seguir existiendo o abandonarla a su cruel destino, como en tiempos de Felipe II. La verdad es que ya falta poco realmente para eso. El que se suprimiera a principios del XX la Junta de Fortificaciones, creada por Verboom en 1728, y se hiciera cargo el Ministerio que correspondiera, con más cambiantes nombres que las calles en estos años de democracia, ha suprimido también su sostenimiento. Como mucho solo se arrimaron impresentables bloques de hormigón, desgarrando un paisaje siempre tenso, limpio y altivo.
Se han olvidado el cuidado casi absoluto de su mantenimiento y su restauración debida, ya muy costosos por la desmemoria centenaria. Sea Medio Ambiente, sea Cultura, sea Fomento, sea Costas, o sea el Ministerio de la Vergüenza, no se pueden defender leyes de límites marítimos terrestres por un lado y creerse que todo son playas. Aquí en Cádiz su querida, defendida y apasionada línea de punto raya se confunde con la propia ciudad y sus grandes paredes milenarias. Pareciera que las deterioradas murallas solo sirven para impedir que entre un buen amigo, como sería el dinero a socorrerlas.
Estos tiempos de pandemia, donde el concepto de toque de queda y cerramiento en el límite murado de la ciudad nos retrotrae a tiempos medievales y muy lejanos, nos recuerdan que la frontera con el mar sigue estando, no solo presente, sino peligrosamente inmediata. Ya no solo no podemos salir fuera del recinto, es que un día nos vamos a ir por un gran boquete, como sucedió en otras ocasiones debido a la dejadez de los grandes poderes. Un tiempo ideal ahora para restañar Patrimonio Declarado como B.I.C. como lo son nuestras fortificaciones, como lo son también los castillos y como es la última bella fortificación urbana que se nos cae y que tenemos casi en la costa como es el grandioso edificio de Valcarcel. Todos esperan la mano amiga que sepa robustecerlos de nuevo y sacar sus notas más elocuentes y duraderas, como la vieja arpa de Bécquer.
No es en absoluto presentable que la pelota vaya de pared a pared entre las diferentes administraciones y se deje esta ciudad, mucho más que trimilenaria, a los juguetones y bestiales efectos de su mar circundante. Los muy poquitos necesarios ausentes durante muchos años en su mantenimiento, se convierten ahora en graves necesidades para resanar las numerosas grietas y los lavados continuos de sus rellenos. Esa es la cosecha de la dejadez. Aquellas fotos de socavones pasados del siglo XIX y XX volverán, y esperemos que no tengamos que lamentar que se nos hayan caído dañinos jirones, arrastrando, como en el vertedero de Zaldívar, no se sabe a cuantos ni a quienes.
Salud y mantengamos nuestra murallita en forma de mascarilla ante otro ‘jartible’ ataque que nos trae estas lamentables épocas del XXI.