José María Esteban
Adiós Valcárcel, adiós
Cualquier arquitectura que nazca con el afán de duración, debe ser respetada
La permanencia de las almas y sus memorias dependen del cariño con que las recordemos y mantengamos en nuestras intimas querencias. Esto no solo ocurre con las personas, para los edificios las memorias son ellos mismos de pie, porque para eso los erigimos. Nunca lo ... hacemos para derribarlos, a pesar de que algunos piensen que puedan hacerlo. Creo que no muchos valoran el esfuerzo, trabajo, empleo, dedicación artística y recursos, que se les dedica a los grandes edificios para su construcción.
Cualquier arquitectura que nazca con el afán de duración, debe ser respetada. Eso es lo que nos distingue de las obras del funcionalismo o Movimiento Moderno, no hechas para perdurar, sino en un equilibrio inestable y suficiente entre su coste, su durabilidad y fundamentalmente para que sirvan para lo que se diseñaron y construyeron. Los edificios integrantes del catálogo del Docomomo, tienen sobre sí la espada de Damocles, y es que el mantenimiento para su longevidad tiene mucho coste. Sus materiales muy alterables no soportan bien el paso del tiempo.
Las obras monumentales, impulsadas por la colectividad para que se establezcan esas relaciones sociales y políticas entre ciudadanos y poder, en largos periodos tiempo, nacen con la vocación de herencia para muchas generaciones venideras. Adquieren el marchamo de ser Patrimonio de todos, como sucesión de nuestros padres, precedido para legarse a los que vengan en continuidad.
Cuando Torcuato Cayón de la Vega proyecta el Hospicio de la Santa Caridad en 1766, hoy Valcárcel, un pequeño Escorial en Cádiz, lo hace con el dinero de los comerciantes, respondiendo a una función social para los más necesitados. El mejor arquitecto que haya nacido en esta ciudad, en la mejor época de Cádiz, en el paso del barroco al neoclásico, lo construye en 1768 con esa intención de perdurabilidad y ser perfectamente útil a las necesidades del programa planteado. El magnífico edificio herreriano, dada sus aspiraciones, no pudo ser terminado quedando a expensas de nuevos destinos que solo el tiempo trae a los inmuebles. Después de una larga historia de utilidades y actuaciones, unas mejores y otras peores, el edificio se abandona en 2006. Este icono, quizás el mejor civil que tiene esta urbe, se cierra a cal y canto y comienza el bucle de su rescate y uso. Pasa por ocupaciones ciudadanas, hotel y luego desemboca en un más que necesario equipamiento universitario. Un frente que se había consolidado desde los tiempos de Carlos Díaz y algunos rectores.
Pero vino una época donde la Enseñanza Superior, en manos competenciales y políticas de otros signos, desdeñara su valor Patrimonial y su enorme potencial de generar fortuna en la zona como inmueble universitario. Lo público no es lo que toca y Cádiz sigue siendo la ciudad olvidada. Valcárcel ha sido ya descartado también por la UCA, ante la imposibilidad de abarcar su rehabilitación como Facultad de Educación. Un destino necesario correspondiendo al equilibrio y vocación de los campus. En este caso el de Ciencias Sociales y Humanísticas en el que se especializa Cádiz, y en la obligada devolución a la capital de un alumnado y profesorado que se fue con la nueva Escuela Superior de Ingeniería a Puerto Real.
Da pena ver cómo esta ciudad no es capaz de luchar por su mejor futuro y la mejora de sus barrios por añadidura. Ni siquiera generando espíritu reivindicativo a los competentes. No sé qué hubiera pasado si lo hubiéramos dedicado a Museo del Carnaval. Igual ya estaría terminado. Cuidaos y cuidemos nuestro Patrimonio, que es la vida y sus consecuencias.