José María Esteban
Cambio climático o cambio cultural
Cuando se reúnen los países más poderosos en cumbres bioclimáticas parece que solo lo hacen para eso, para medirse, diferenciarse y únicamente mostrarse los más poderosos del mundo
Wallace S. Broecker publicó el 8 de agosto de 1975 en la prestigiosa revista ‘Science’ un artículo llamado ‘Cambio Climático’. Trataba sobre el calentamiento global y quizás no era entonces en esa investigación, todo lo consciente que podemos confirmar hoy, 46 años después. Los tiempos ... nos van dando la razón inexorablemente por los acontecimientos que nos sobrevienen. Confieso mi primera actitud, no negacionista, pero si un poco escéptica, sobre la capacidad de la tierra para cambiar sus fenómenos climatológicos tan rápidamente. Tampoco, que su causa fuera la mano del hombre, manipulando los resortes para que ese cambio climático produjera daños tan evidentes.
En su artículo el cátedro de Ciencias Ambientales y de la Tierra de la neoyorkina y afamada Universidad de Columbia, decía que el mar no era capaz de asimilar el dióxido de carbono que emitimos. Parecía predicar bastante en el desierto. Un gas que lanzamos en enormes cantidades por los procesos industriales, que es el producto espurio de nuestro sistema de poder y ganancias. Cada día asimilamos la realidad de lo que ocurre y la claridad de aquella predicción. No solo por los fenómenos atmosféricos, tan acusados por intensas lluvias, sequías o incendios, sino por la incapacidad de asumir nuestra parte de responsabilidad.
Cuando se reúnen los países más poderosos en cumbres bioclimáticas, la última en 2019 en la ONU, parece que solo lo hacen para eso, para medirse, diferenciarse y únicamente mostrarse los más poderosos del mundo. Es un márketing y venta de sus mejores inmundicias. Como resultado salió de la ONU aquella esperanzadora agenda 2030. Su pin solemos llevarlo los que ya creemos en ello, no como muchos, que lo lucen como un cubilete de un gran Trivial. Esa agenda de 17 tareas para un universo sostenible, no está solo dirigida a mandatarios, sino fundamentalmente a los ciudadanos.
Casi todos los países disponen ahora de crípticos Ministerios para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Su misión es concienciar y generar acciones contundentes y claras para disminuir las causas del cambio climático. Pero no nos llega con impulso y cultura lo que haya que hacer para contribuir proactivamente, contra el aumento de temperaturas que va, ya está, ocasionando fenómenos con daños irreversibles.
La culta, menospreciada y querida Grecia, como la diferente y entre dos aguas Turquía, arden desde hace años en un sinfín de catastróficos incendios. Lo mismo en California o ya en África. Los nuestros están también desde hace mucho tiempo.
No solo existen locos ultraterroristas y antisociales que los provocan, es ya el mismo calor, la sequedad de los montes y su falta de cuidado, los que introducen la chispa más devoradora. Además de las emisiones, damos de comer a los fenómenos con nuestra actitud, que revestida de falsos proteccionismos hace que los pastos y los bosques no estén preparados para soportar los ataques del ardor.
Como en todo, creo que la Cultura es la mejor arma para defender nuestro planeta. No solo genera libertad, sino corresponsabilidad en los asuntos del común. Por eso creo que debiéramos parar y reordenarlo todo un poco desde el principio. La gran masa humana, uno a uno, es la que tiene capacidad de rebajar los termómetros y las columnas de humo contra la insensibilidad de un consumo insostenible e irrespetuoso.
Otro día hablaremos de las imposibles murallas contra la subida del mar, pero por ahora cuidaros y cuidemos de nuestra bola terráquea, la más bella del universo que se conozca. Ya la ven los de afuera, con demasiado humo a su alrededor, y lo que es peor, las olas de pandemias y de los mares crecerán, si no lo evitamos con razonable, consciente y esforzado trabajo personal.