Julio Malo de Molina - OPINIÓN
José Luis Suárez
Cuando se nos va una persona tan excepcional y querida como José Luis, todo nuestro entorno se resiente
Cuando se nos va una persona tan excepcional y querida como José Luis, todo nuestro entorno se resiente porque de pronto falta algo importante, como a caminantes que pierden uno de los hitos que definen el recorrido. Homero dice en la Ilíada por boca de Aquiles: «Los dioses nos envidian porque somos mortales», pero ante esta pérdida uno piensa que algunos hombres no debieran morir pues son irremplazables.
José Luis nació en Cádiz el primer día del año 1933 y falleció hace muy poco en Sevilla, con 84 años vividos con intensidad compartida. Brillante arquitecto, agudo intelectual , artista de talento, pulcro artesano, apasionado animador social; antes que nada fue «en el buen sentido de la palabra, bueno», tal como también Antonio Machado se definía a sí mismo.
Baruch Spinoza (1632-1677) sostiene en su tratado sobre Ética que las principales virtudes humanas son la alegría y la generosidad, pues compendian a todas las demás. Precisamente, todos quienes le conocimos definíamos a José Luis como un tipo alegre y generoso. Y así se mantuvo incluso tras la inesperada muerte de su hijo en circunstancias trágicas que ahora prefiero ni siquiera comentar.
José Luis Suárez se tituló en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Barcelona que en los años 50 y 60 pasaba por ser una de los mejores centros de enseñanza europeos en tan noble disciplina. En 1965 organiza en Cádiz, junto a los arquitectos Medina y Peiró, un solvente despacho que desarrolla una obra muy brillante de la cual aún podemos disfrutar algunas piezas que forman parte de nuestro mejor patrimonio moderno.
Sobre todo la Iglesia de la Laguna, excelente obra de hormigón visto, en la línea del maestro finés Alvar Aalto (1989-19676), y del americano Paul Rudolph (1918-1997), creador del ‘estilo brutalista’ que caracteriza la modernidad durante los años sesenta. También una serie de elegantes edificios de viviendas de traza organicista muy bien resuelta, influidos por las propuestas del ‘Tean Ten’ grupo que renovó la arquitectura racionalista a partir del Congreso internacional de Dubrovnik en 1958; entre los cuales destaca la casa ubicada en la esquina del Paseo Marítimo con la calle Ceuta, donde vivió José Luis con su familia.
A principio de los setenta dirige el Centro de Estudios y Servicios del Colegio de Arquitectos, a través del que desarrolla estudios de sociología urbana en: el Cerro del Moro, el Pópulo y Santa María. Luego crea el Centro de Estudios y Diseño con Juan Acuña y Arturo Infante, dedicado a la producción de muebles en estilo moderno inspirado por los maestros nórdicos. Siempre combinó su dedicación a la arquitectura con la producción a escala pequeña, como sus trabajos de ceramista, y con la participación en actividades culturales a través del colegio profesional y otros foros, donde brillaba su creatividad, y también su vehemencia polémica contenida por un talante amable, lo cual acabó por configurar una imagen de venerable sabio algo bohemio.
Cuando me tocó ejercer como primer Decano del Colegio de Arquitectos de Cádiz, creado en junio de 2001, siempre conté con su cariñoso apoyo y sus sabios consejos que agradecía con la humidad de un discípulo. Se jubiló en 2004 tras una de sus últimas tereas, en la Oficina de Rehabilitación del Casco Histórico de Cádiz; desde entonces intervino como asesor de mi Junta de Gobierno colegial y de las que me sucedieron, hasta su traslado a Sevilla donde se apagó discretamente.
Adiós José Luis, siempre vivirás en nuestro recuerdo.