OPINIÓN
¡Váyanse!
Contaba hace un par de semanas a unos amigos de Barcelona la historieta del cambio de nombre del estadio Carranza
Contaba hace un par de semanas a unos amigos de Barcelona la historieta del cambio de nombre del estadio Carranza. Aunque aquí haya supuesto semanas de agradecida inspiración para primeras páginas y motivo de tertulias entre gente diversa, allí solo los futboleros saben lo de ... la permuta y, claro, me preguntaban si había un por qué.
Así que pueden ustedes imaginar la estupefacción, primero, y el desternillo general, después, cuando les menté que en la primera consulta popular quienes votaron eligieron mayoritariamente que el campo siguiera llamándose como se le conoce en toda España (prescindiendo de Ramón) y que los siguientes nombres elegidos fueron Francisco Franco y Teófila Martínez.
No me creerán, pero aquella charla sucedió en la terraza del bar ‘La Chirigota’ (no, el dueño no es de Cádiz, ya lo he preguntado), situado justo enfrente del Colegio de Abogados de Barcelona y muy cerca de la Delegación del Gobierno. Y, como tuve que hacer unas gestiones allí, aproveché para ilustrarles sobre los usos y costumbres de un gaditano un viernes a las tres de la tarde (otro día les contaré cuales son las de allí; ya les adelanto que eso del mediodía del viernes no existe).
Así que, antes de entrar a comentar sobre la ejemplaridad democrática del referéndum sobre el nombre del campo de fútbol, ya les expliqué el significado del nombre del bar y les ilustré sobre nuestro carácter guasón y ácrata. Por ello, pese a la impresión inicial, comprendieron perfectamente la deriva de la votación y aún de la ciudad en su conjunto.
A las agrupaciones malas, el público del Falla les llama ‘campeones’. Cuando un jugador rival mal alineado salta al terreno de juego, el respetable le canta ‘te quiero’ a ritmo de Georgie Dan. Si se perpetra una arbitrariedad en el nomenclátor, escriben en la papeleta el nombre del Caudillo. Y si una alcaldesa excede la dosis recomendada de engreimiento (o su equipo hace alarde desmedido de chusquería), el votante regala las riendas de la ciudad a un inane.
Sin embargo, parece increíble que nuestros supuestos representantes políticos en la oposición no hayan advertido aún esa idiosincrasia y sigan empecinados en trasladarnos debates tan estériles, huecos y falsos como sus pretensiones de gobernar esta ciudad. Si de verdad esto les importa yo les animo a imitar al gaditano que dicen representar y den un golpe de efecto chirigotero. A saber: hagan moción de censura y elijan alcalde al único miembro de esa Corporación que no debe nada a nadie, que no necesita imposturas ni corsés y que tiene bastante más idea de gestión que el resto del conjunto. Domingo Villero. Eso sí que sería un pelotazo.
El último esputo democrático se produjo el pasado viernes contra la decisión del Pleno. Y si de esta no sale una solución consensuada entre los salpicados para gestionar nuestro día a día con el rigor, el respeto y la decencia exigibles en una sociedad plural como la nuestra, deberían desaparecer de la vida política municipal para siempre. Cádiz no se merece seguir en esta deriva hasta el despeñadero ni un segundo más y el cese del alcalde ya es una cuestión de sanidad democrática.
Y si no saben o no pueden hacerlo, dejen paso.