Utopía

Por todo el país encuentras un mismo patrón constructivo, ya sea en casas rurales, urbanas, iglesias o edificios oficiales: la medida del hombre. Son alérgicos a la exhibición y al aparentar.

Justo un día como hoy, hace un mes, me encontraba en el ecuador de un sueño infantil hecho realidad. El día 6 de agosto llegué a la capital de Islandia después de trotar durante una semana por el resto del país y tuve la fortuna ... de disfrutar aún tres días más de Reikiavik.

Mucho se ha escrito y hablado sobre las maravillas naturales de la isla, pero ningún cúmulo de relatos, fotografías y descripciones podrá prevenir al viajero de la fascinación que le producirá el alucinante contraste de paisajes y la sensación de encontrarse en una tierra salvaje, virgen y viva.

En cuanto al paisanaje, traigo la sensación de que Islandia es un país feliz. He hablado con gente muy variopinta, nativos e inmigrantes, y no he encontrado ninguna excepción a la imagen que les traslado. Y no crean que se trata de bordillazos mal dados. El islandés –y el foráneo residente allí- reconocen la crudeza del frío en los meses duros, la melancolía de la oscuridad invernal (4 ó 5 horas de luz diarias) y la severidad de una naturaleza azotada.

Sin embargo, ellos –a diferencia de muchos de nosotros- no se quejan de las circunstancias heredadas, sino que tratan de encontrar alguna ventaja y, lo que es más importante, emplean su energía en sacarle provecho. Explotan lo que la Tierra les ha dado: energía geotérmica e hidroeléctrica. Islandia tiene fuego en sus entrañas y agua a espuertas (ríos, cataratas, glaciares…). Gracias a ese aprovechamiento, su energía eléctrica es barata y en la mayoría de las casas se disfruta de agua caliente gratuita (lo cual no es poco importante como sistema de calefacción en una tierra prácticamente yerma de árboles).

También saben aprovechar el tiempo. Suele ser gente muy polifacética. Quizás sea por las larguísimas horas que, durante el invierno, no pueden hacer otra cosa que permanecer en sus casas y, en lugar de disfrutar de la batamanta y alguna telebasura, les da por leer, estudiar, cantar o desarrollar alguna habilidad artística.

Por regla general, se trata de gente extremadamente educada, culta, de mente extraordinariamente abierta, con un gusto exquisito por el detalle y una singular espiritualidad que les presenta ante el visitante como un pueblo bondadoso y, sobre todo, decente.

Y muy práctico. Durante el trayecto atravesamos unas llanuras inmensas, donde solo se apreciaba de vez en cuando alguna casita o granja aislada en la lejanía. Me llamó poderosamente la atención que aquellos granjeros, propietarios de enormes extensiones de terreno, ricos, que podrían hacerse un casoplón digno de Falcon Crest, decidieran construirse una casita tan pequeña. Hay para ello una explicación inteligente, que tiene que ver con el mantenimiento del calor, pero no es la única. Por todo el país encuentras un mismo patrón constructivo, ya sea en casas rurales, urbanas, iglesias o edificios oficiales: la medida del hombre. Son alérgicos a la exhibición y al aparentar.

Su Parlamento Nacional es un edificio no mayor que el Ayuntamiento de Medina-Sidonia. Porque no se necesita más para legislar un país de ciudadanos que se negaron a rescatar a la banca e investigó y encarceló a políticos que lo llevaron a la ruina. Y lo mismo ocurre con la Oficina del Primer Ministro (sede del gobierno) y la residencia oficial del Presidente de la República: dos chalecitos en medio de la ciudad. Sin vallas, sin garitas, sin vigilancia y sin parque móvil. Sin problemas.

Un país –heredero de los vikingos– al que podríamos enviar a nuestros gobernantes. No para aprender, eso sería una auténtica utopía. Pero, al menos, que les limen el casco.

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