A tiros
«Se quiere retratar como una peligrosa amenaza a un pobre don nadie que protagoniza una broma»
La Guardia Civil ha detenido al autor de los disparos que se ha hecho famoso gracias a Pablo Iglesias. Las imágenes de la galería de tiro, que se hicieron viral en la pasada semana, muestran a un tipo que, con una puntería envidiable, no falla ... ni uno solo de los disparos que dirige a unos postes abatibles en los que colocó fotos de miembros del gobierno.
El vídeo es prácticamente mudo. Solo se dice una palabra: «¡Sentencia!» y seguidamente aparece el certero tirador disparando a los postes, que caen uno a uno, para culminar mirando sonriente a la cámara mientras hace una peineta entre las carcajadas de quien graba y algún otro espectador.
Hasta aquí, el asunto quizás no hubiera pasado más que circulando entre algunos hooligans con dudoso gusto tuitero, sin más trascendencia entre el océano de aberraciones y salvajadas que inunda esa red social. De uno y otro lado, pues la supuesta gracia del pajarito parece consistir en una competición sobre cuál presenta la más gorda. La barbaridad, se entiende.
Pero sucede que el vicepresidente del gobierno vino al rescate del anónimo sujeto (que no digo yo que anhelara la popularidad) y apareció plañidero, denunciando que el tipo de la escopeta «había amenazado de muerte al gobierno». Y claro, los lamentos del acusica hicieron movilizarse a papá Abogacía del Estado y mamá Fiscalía, que accionaron los mecanismos eficaces para terminar de arruinar la vida al escopetero.
Y, como el sujeto en cuestión no exhortó a nadie a decapitar a los borbones (como la sobrevalorada Irene Montero, hoy esposa en apuros), ni se fotografió con la cabeza aguillotinada de Rajoy (como las juventudes socialistas de no se qué pueblo), ni arrojó dardos a una diana hecha con la efigie del Rey (como los separatistas catalanes, socios del gobierno), ni enalteció el terrorismo vasco, pues la maquinaria del Estado se ha puesto en funcionamiento para acusarlo de un delito de odio, ese cajón de sastre creado para someter las libertades de expresión e intelectuales, a un supuesto 'principio superior': «la igualdad y dignidad de todos los ciudadanos». Aunque lo de «todos» sea muy subjetivo.
Llama la atención que el orgulloso hijo de un miembro de la FRAP, grupo terrorista al que se le atribuye el asesinato de cinco policías (dudo que lo hicieran de frente y a cara descubierta), se amilane de forma tan pueril ante unas imágenes que cualquier persona razonable desecharía por desnortadas. Recuerda a esas leyendas que retrataban cómo los valientes gudaris -que mataban guardiaciviles con mando a distancia- se orinaban encima como un niño en cuanto se encontraban de frente con un hombre vestido de verde que lo trincaba. Pero esa es otra historia.
La que aquí cuenta es la que nos trae la 'nueva normalidad' en la que se quiere retratar como una peligrosa amenaza a un pobre don nadie que protagoniza una broma -con menos gracia que una avispa- y se exige respeto hacia los verdaderos agentes del odio: los sectarios empoderados para escupir en una bandera mientras se debe respetar la suya; los bromistas autorizados para simular decapitaciones mientras se nos recrimina que recordemos sus orígenes; o los que se burlan de propios y extraños con mudanzas a palacio mientras la mayoría ojeamos con recelo las noticias sobre las colas del hambre porque nos angustia formar parte de la foto en la próxima portada semanal.
Por este camino, no se cómo vamos a terminar.
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