José Colón
Tiempo de Adviento
Tiempo de oración y de reflexión y, según la Iglesia Católica, de arrepentimiento, de perdón y de alegría
Ayer comenzó el Adviento , primer período del año litúrgico cristiano. Cuatro semanas de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Tiempo de oración y de reflexión y, según la Iglesia Católica, de arrepentimiento, de perdón y de alegría.
Y no, no ... es una celebración franquista ni casposa. Prácticamente todas las Iglesias cristianas históricas lo celebran y, por trascendencia cultural, se vive -de una forma u otra- en todo el mundo occidental desde el siglo IV. Es más, hay algún colega del alcalde (entiéndaseme bien: algún historiador) que ha encontrado un nexo de conexión con celebraciones paganas y aún neolíticas, en las que se festejaba el inicio del acortamiento de las noches y el triunfo del «dios sol», con el alargamiento del día, con lo que ello implicaba para el hombre primitivo: La luz y la vida. Esto es, la Salvación y el rescate tras las Tinieblas.
Visto como se quiera, lo cierto es que en la parte del mundo que nos ha tocado nacer y vivir, todos participamos de ese tiempo. Los creyentes en su oración y su convencimiento y muchos que se etiquetan como ateos en su contradicción y su hipocresía.
No se alteren. Que levante la mano quien no conozca a uno de ellos que tenga a sus hijos matriculado en un centro escolar de orientación católica y lo haya llevado vestido de pastorcito a cantar villancicos durante las semanas previas a la Navidad. Que los haya llevado de la manita a visitar belenes por las tardes y les haya explicado con detalle la composición del Nacimiento. O que los haya acostado pronto en la preciosa tarde del cinco de enero sin haberle hablado sobre la Magia Insondable que impera sobre esa Noche.
No esperen manos levantadas. Todos tenemos cerca a alguien así. Y no pasa nada. Todos somos libres de pensamiento, obra y omisión. Incluso en lo relativo a la educación de nuestros hijos, terreno este en el que no solo somos soberanos, sino incluso celosos guardianes armados de cualquier intromisión. ¿O es que acaso consentiría un ateo militante izquierdista que se le prohibiera que ilusionara a sus hijos con la venida de los Reyes Magos? ¿Acaso dejaría ese padre que se le desplazara y un comité de reeducación explicara a su pequeño vástago que no es necesario ponerse un zurrón para celebrar el fin de la cosecha del otoño?
Evidentemente, todo eso queda fuera de sitio. La irrupción de un tercero exigiendo coherencia, lógica y honestidad en la educación de los hijos propios está vetada. Menos para un padre que no tenga recelo en declararse creyente y considere adecuada una educación en valores cristianos. A esos sí pueden venir a decirle que su modo de crianza es incorrecto y recriminarle la orientación que traslada a su prole.
La Libertad, como principio inspirador del Hombre desde el principio de los tiempos, conduce a un deseo de simple invocación y ejercicio: vivir en Paz. Lo que implica dejar que cada cual se conduzca en la vida según pueda y entienda, sin que otro venga a molestarle con sus complejos y sus taras. Es decir, dejar tranquilo al prójimo.
A quienes conmemoramos el nacimiento de Jesús no nos importa que un alcalde no publique unas simples líneas de reconocimiento y respeto desde el sofá de su baja paternal. Tampoco nos importa que sí lo haga respecto a una celebración con sentido parejo (oración, reflexión y perdón; aunque es seguro que el Figura ni siquiera sabe esto) de una religión que instaura y consagra la supremacía masculina y la inferioridad femenina. Allá él.
A quienes sentimos y celebramos este tiempo de Adviento solo nos interesa que nos dejen en Paz con nuestras creencias. Y que no nos mareen otros con sus contradicciones.