OPINIÓN
Teletrabajo
La maravillosa tecnología nos ha encadenado al móvil, al whatsapp, al correo electrónico y a las notificaciones telemáticas a cualquier día, a cualquier hora y sin preguntar
Hacía tiempo que sabía de un viejo amigo, funcionario de alto rango. Lo felicité por su Santo y, aparte del repaso general a nuestra vida y bienestar familiar, lo noté cansado. Me explicó que aún no se había incorporado a la oficina pero que no ... había parado de «teletrabajar» ; y que esa situación lo tenía extenuado.
Mi amigo es un trabajador nato. Su capacidad de trabajo y organización le avalan como un pilar fundamental de su departamento, razón por la que se ha mantenido en el cargo (tan sometido a los caprichos del responsable político de turno) con tirios y troyanos.
Tratar de mantener una conversación con él es complicado. Las llamadas de atención, recordatorios de la secretaria, solicitudes, llamadas en espera con algún alcalde preguntando por lo suyo y demás multitareas pendientes ponen a prueba la capacidad de concentración de su interlocutor y su afán en ser atendido. Pero él se crece en ese torbellino. Le gusta lo que hace. Y lo hace bien.
Pero el otro día estaba quejoso (una gran rareza), y se lamentaba de que el sistema de teletrabajo lo tenía esclavizado . Me decía que estaba trabajando más que nunca, sin horarios ni regulación alguna. Que no podía atender a la familia ni organizar su tiempo libre. «¡No tengo vida!», exclamó.
Y me arriesgué.
«Bienvenido al mundo real del real servicio público», tuve la ocurrencia de responderle. Así llevamos trabajando los abogados (y otros servidores de intereses ajenos) toda la vida y, muy especialmente, desde que la maravillosa tecnología nos ha encadenado al móvil, al whatsapp, al correo electrónico y a las notificaciones telemáticas a cualquier día, a cualquier hora y sin preguntar.
Le explicaba a mi amigo que mientras otros disfrutan de un horario y su tiempo familiar es sagrado , a nosotros nos llaman o escriben a las tres y cuarto de la tarde con carácter urgente. O un viernes a las doce menos cuarto de la noche porque «no sabe qué hacer» en una cuestión de entendimiento con su ex – esposo sobre sus hijos y si «es legal que los lleve a una piscina en medio del confinamiento».
O que citas a un cliente a un día y una hora y te responde que «está trabajando» y te expone que solo puede ir a tu despacho «a partir» de las ocho y media de la tarde. Y tienes que recordarle que la cita es de su exclusivo interés , que tú también eres padre de familia, que a esa hora llevas ya más de diez horas trabajando. Y te cuestionas si le da la misma respuesta al médico cuando le cita a consulta.
O que envidias a quien tiene una agenda y cuando llega el lunes a la oficina sabe perfectamente qué le espera hasta el viernes próximo. Nosotros, que no somos propietarios de la nuestra y nos la modifican, tachan y rellenan sin preguntarnos qué nos parece.
O que has hecho todo eso durante el confinamiento, mientras te las has apañado para atender a tus hijos, al cliente que te llamaba desesperado, a tus acreedores… y sin que nadie se haya preocupado sobre la forma en que rellenas la nevera cada semana.
Abogados, procuradores, graduados sociales, asesores fiscales, gestores … Colectivos que han estado al pie del cañón atendiendo a quien lo ha necesitado. Sin horas, sin agenda y sin condiciones. Y, en muchos casos, sin cobrar. Desde el 15 de Marzo.
Menos lamentos y más servicio público. Real, amigo.
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