Opinión
Si yo fuera...
Lo importante de un político -o de cualquier oportunista que se encuentra con un cargo- no es lo que diga -ni lo que cante-, sino lo que haga. Si no es así, será recordado como un embustero y un felón
«Si yo fuera algún día el alcalde de Cádiz […] llenaría de trabajo las manos de los gaditanos de nuestra bahía, guardaría en un rincón las promesas, llenaría las mesas del pan de cada día. Si yo fuera el alcalde de Cádiz, aunque un loco ... y un menda yo sea […] sería un alcalde como Salvochea […] Y brindemos por los gaditanos».
Lo anterior -ya lo saben ustedes- es un extracto del popurrí de la comparsa Los Mendas Lerendas, segundo premio del Concurso del Falla de 2008. Y es lo que cantaba El Kichi a coro con sus adeptos, en la puerta del local de ensayo político, aquella noche del 24 de mayo de 2015 al conocerse que la ganadora de las elecciones municipales, Teófila Martínez, perdió la mayoría absoluta que la mantuvo al mando de la ciudad durante 20 años. Es decir, al saberse segundo, como aquel premio.
Como consecuencia del reparto electoral, el punta jurado se vio con el bastón de mando y se deduce que fantaseaba con tener una capacidad asombrosa para hacer de esta ciudad algo inaudito para el mismísimo Tomás Moro. No hay que burlarse de ello. Es legítimo que se tengan altas aspiraciones políticas y se anhele a dejar huella en este mundo. En el otro extremo se sitúan los grises que entran en la política con la sola valía de tener amigos influyentes y cuya única aspiración es quedarse como eterno concejal de fiestas (por ejemplo), trincar un sueldo público de cuantía inalcanzable en condiciones de mérito y capacidad y lamer las suelas de su amo hasta obtener la gerencia de algún chiringuito.
Lo importante de un político -o de cualquier oportunista que se encuentra con un cargo- no es lo que diga -ni lo que cante-, sino lo que haga. Sobre todo, si esto último guarda conexión con lo primero. Si no es así, será recordado como un embustero y un felón. Pero si los actos del gobernante son consecuentes con sus promesas y lisonjas, ese mandatario será digno de respeto y considerado como un líder aun por sus enemigos.
En el caso que nos ocupa, se hace patente que seis años no han sido suficientes para que nuestro inefable regidor (el Perpetuo quiera que sea provisional) haya dado con el tono del pito de caña con el que soñaba llenar de trabajo las manos de los gaditanos y sus mesas de pan, como decía la cuarteta. De lo que sí ha dado muestra de sabiduría política ha sido a la hora de guardar las promesas en un rincón. En el del olvido, a tenor de cuanto le demandan y las lindezas que le dedican quienes le esperan cada día a la puerta del Ayuntamiento.
Decía González Santos que, aunque le llamaran «loco» y «menda», sería un alcalde como Salvochea. No seré yo quien le llame enajenado; y quiero recordar que lo segundo es una auto-atribución artística. Ahora bien, dio el golpe en el clavo (aunque solo haya sido ese) al compararse con el líder anarquista del Cantón. Como aquel, ha cambiado nombres de calles y de colegios. En eso ha demostrado ser sumamente efectivo. Porque no solo de pan vive el gaditano. Las subcontratas de azulejos y rótulos tienen un filón ahí con esa carga de trabajo. Ahora bien, ahí se ha quedado. O, mejor dicho, para eso ha quedado.
Porque se me antoja a mí que don Fermín no se hubiera dado de baja en medio de una epidemia de peste. Como dudo que se hubiera acomodado en su sofá en plena ola de frío polar mientras un ingente número de sin techo queda a la intemperie porque el Ayuntamiento se haya mostrado incapaz de resolver los problemas de acogimiento, asistencia o incluso control. Curioso resulta que ni al ocurrente alcalde tuitero ni a su corte de asesores (a quienes se les supone cierta capacidad para suplir las carencias del equipo de gobierno, de ahí la contratación) se les haya ocurrido prever un plan de contingencia. El que fuese. Hay hoteles cerrados por la pandemia con los que podría concertarse alguna medida provisional, como se hizo en Canarias con los inmigrantes.
No hay recursos para eso, me dirán. Pero sobran para mantener en nómina a un jefe de propaganda, a un Rasputín y a otros siete enanitos, a razón de unos sesenta mil euros de media anual.
Sí, ya sé… el pobre hombre hace lo que puede. Ya. Pero tan solo imagínenselo hace años, cantándole lindezas a la Teo por la guerra de Irak (en un poner)… Y brindando en la puerta del local.