Yo sí te creo
Hoy quiero traerles una historia real, aunque la presente con nombres ficticios. Trata de un padre, profesional brillante en su campo y exitoso en las relaciones públicas. Le llamaremos Luis
El ejercicio de la abogacía te convierte en testigo privilegiado de historias que reflejan la sociedad en la que nos hemos convertido. Mientras el asesor jurídico de grandes empresas pasa por ser un experto en macroeconomía, el letrado que atiende asuntos de ciudadanos particulares alcanza, ... con el paso del tiempo, un conocimiento magistral sobre las miserias humanas. Esas que se esconden tras una apariencia de beatitud o un pretendido abolengo de apellido compuesto.
Hoy quiero traerles una historia real, aunque la presente con nombres ficticios. Trata de un padre, profesional brillante en su campo y exitoso en las relaciones públicas. Le llamaremos Luis. Un tipo simpático y encantador, hacedor natural de amigos y excelente conversador. Hace años tuvo la ocurrencia de enamorarse de una chica, llamémosle Anastasia, miembro de una familia de apellido compuesto, costumbres peculiares, autismo social y autoconvencimiento de superioridad. Una familia en la que todos –hijos políticos incluidos– giran al son del pandero que zumbe la matriarca, so pena de ser condenado al ostracismo si no entras por el aro.
Luis recibió avisos de amigos y conocidos, que le recomendaban cuidado. Dos integrantes de esa familia ya habían intentado meter en la cárcel a sus maridos inventándose cuanto antojaron (violaciones, malos tratos…), con resultado fallido, afortunadamente. Conozco a ambos y se trata de ciudadanos –y padres– ejemplares. Pero cayeron en la red y pagaron las consecuencias de querer escapar de ella.
Pero Luis defendía la diferencia y singularidad de su esposa frente al resto del clan. Recuerdo una charla mantenida hace tiempo, cuando coincidimos en un par de eventos de atletismo y comenzábamos a conocernos, en la que me describía a su recién esposada como si fuera la prima hermana de Lyv Tyler en su angelical apariencia de medio elfa. Evidentemente, me reservé el cuestionamiento (yo conocía los antecedentes familiares y, por referencias, el carácter del angelito) y medité sobre los efectos alucinógenos que –en el hombre medio– producían ciertos efluvios.
El tiempo pasó y Luis y Anastasia tuvieron dos niños. Luis se volcó con ellos y con su esposa mientras esta se dedicaba a atenderse a sí misma. O, mejor dicho, a desatenderse (a ella y a sus propios hijos), pues la higiene y la compostura no eran sus fuertes. Ni la misericordia, al albur de como trataba a su esposo en público. Y al cabo de los años a Luis se le cayó la venda, pero ya era tarde. Cuando planteó una separación amistosa y un régimen de custodia compartida y su mujer le hizo creer que al día siguiente irían juntos a ver a un abogado de confianza (que jamás sería quien suscribe) recibió una llamada de la Policía. Resulta que la buena de Anastasia (una mujer fría, despectiva y soberbia, a decir de quienes la conocen) acudió a comisaría compungida, sollozando y balbuceante relatando una historia de terror y un sufrimiento atroz por culpa de su perverso marido.
A Luis le piden seis años de cárcel y, lo que es peor, privarle de sus hijos. Mientras llega el juicio, tiene una orden de alejamiento, para evitar que la víctima del supuesto delito sufra mayores daños psicológicos. Hace cosa de un mes, Luis pudo alquilarse un apartamentito lo suficientemente digno para atender a sus vástagos mientras estos pueden seguir disfrutando de la vida civil de su padre y, para facilitar las cosas, ha comunicado al Juzgado las señas de su domicilio, reglamentariamente alejado del piso cuya hipoteca continúa pagando y donde sus hijos duermen cada noche sin entender por qué su padre ya no les baña, acuesta ni les pone el desayuno.
Mientras, la solicitante de protección se pasea en bicicleta por la misma calle donde ese pobre hombre asienta el despojo de dignidad que nuestro maravilloso ordenamiento jurídico le ha regalado por tener la osadía de nacer hombre.
Sobre esto no hay documentales anuales, ni debates en La Sexta. No vaya a ser que nos de por relacionar cosas y nos preguntemos sobre el origen de todo…