Las seis de la mañana
Dice el presidente que la preocupación sanitaria recae sobre la sobremesa y de ahí el paréntesis horario. ¿Sobremesa a las seis de la tarde, entre semana, Juanma?
Juanma lo haría lo ha vuelto a hacer. La Junta de Andalucía ha «suavizado» el cierre horario de la Comunidad en un intento de acomodar la –dicen– necesaria fiscalización de nuestras costumbres de cara a la Navidad y en aras de proteger nuestra salud.
En ... estas fechas tan entrañables, los comercios tendrán permiso para abrir hasta las nueve de la noche (es decir, como si nada hubiera ocurrido), mientras la hostelería sigue pagando el pato de tanto patazo político equivocado, cuando no negligente. Cierren ustedes a las seis de la tarde, para volver a abrir a las ocho y echen a sus clientes a las diez y media de la noche. De todos es conocida la costumbre inveterada de este paisanaje de atestar las cafeterías en la hora bruja que discurre desde las seis hasta las ocho de la tarde. Han mirado por nuestro bien y nos privan del grave peligro que supone la merienda y, en su lugar, nos invitan a abarrotar el centro comercial más próximo y colapsar sus pasillos mientras hacemos tiempo hasta que el restaurante reabra para presentarnos una cena noruega. No hay riesgo: las grandes firmas velan por nuestra salud regenerando el aire con filtros adquiridos a una farmacéutica internacional puntera y todos los artículos expuestos son rociados cada diez minutos con una solución química infalible, para que usted toque a gusto.
Dice el presidente que la preocupación sanitaria recae sobre la sobremesa y de ahí el paréntesis horario. ¿Sobremesa a las seis de la tarde, entre semana, Juanma? A esas horas, en esos días, se piden churros con chocolate, alguna menta poleo o una palmerita de huevo. De forma discreta, ordenada y sin tumulto. En el bar de María o en la cafetería de Luis, que salvan el mes gracias a esos cafés y regalan vida a la calle en este malogrado otoño, aunque se dejen la piel diluida en gel hidroalcohólico en cada limpieza de mesa o en cada desplante de cliente molesto por seguir a rajatabla las medidas ordenadas por sabios ignorantes que nada saben. Si quiere perseguir las prácticas de riesgo, señor Moreno, siga el rastro del Campari o de los conciliábulos donde se ingiere amontillado hasta perder los puntos, pero deje a la gente trabajadora en paz. O, mejor aún, atienda a quien sabe; si usted es incapaz de saber qué hacer.
En cuanto al toque, con el que se quedan con nosotros, se ha ceñido a la franja que transcurre desde las 23 hasta las 6 de la mañana. Eso no es malo. De hecho, una de las cuestiones que más llamó la atención de este aprendiz de articulista fue que, hasta ahora, la prohibición de salir a la calle se extendiera hasta las siete de la mañana. En Cataluña, donde paso la mitad de mi tiempo, se abre la veda a los viandantes a las seis de la mañana desde el inicio de la medida extraordinaria atención; y lo mismo sucedía en otras partes de España. Es lógico. Es la hora propicia para dirigirse al trabajo o salir a hacer deporte antes de dedicarse a atender las obligaciones de cada uno. Sin embargo, a nosotros se nos impuso la clausura hasta el momento en que el resto del mundo iba incorporándose a sus quehaceres. Créame, señor Lo Haría, que el tipo que corre por el paseo marítimo a esa hora no lo hace por gusto. No todos tenemos chófer o edecán que nos facilite la gestión ordinaria de la vida; ni puesto de trabajo que nos permita acudir al gimnasio a las doce del mediodía.
Y no se haga sangre de lo que le digo. Alguno de sus chusqueros se llenará la boca y la bolsa llamando vago a algún alcalde indigno del título pero, mientras alguno de los suyos o de sus socios de gobierno continúan paseándose en chándal y bolsa de deporte por la calle Hibiscos un miércoles a las once de la mañana, hay cuatro hosteleros partiéndose el alma para que a ninguno de aquellos le falte una cuota de gimnasio. Piénselo. Y haga algo.
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