Prometo estarte agradecido

«Nunca me parecieron tan bonitas las zonas feas y descuidadas de esta ciudad; ni tan maravillosas las que nunca han necesitado adjetivo»

Vengo de correr. He dado la vuelta a Cádiz, disfrutando a un ritmo muy suave de esta libertad. Nunca me parecieron tan bonitas las zonas feas y descuidadas de esta ciudad; ni tan maravillosas las que nunca han necesitado adjetivo. Dos horas de aire puro, ... emociones, música del maestro Rosendo Mercado y desahogo de adrenalina dan para muchas ideas con las que acercarme a ustedes en mi cita semanal. Aunque hoy solo ha rondado una, la que da título a la columna, gracias al gran genio de Carabanchel. Eso sí, con muchos deudos.

Prometo estarle agradecido al centro-derecha español. A Mariano Rajoy en primer lugar, porque con él empezó todo. Inició su andadura con su simpática indolencia lectora del Marca y su firme mantenimiento de todo el chiringuito nacional (hasta el último kiosco) mientras la clase media trabajadora se ahogaba pagando los desmanes de bancos, burbujas y gestores inútiles. Esa misma clase trabajadora que le había depositado su confianza y le aupó a la Presidencia cuando más se necesitaba a alguien capacitado. Un presunto competente que se mostró inservible a la hora de ordenar su propia casa y careció de arrestos para limpiar el partido de golfos y maleantes. Muchos de ellos revestidos como caciques locales cuyo mayor mérito, fuera de la teta del partido, fue la obtención de cualquier título en catorce años previo abono ensobrado a alguna universidad de tercera.

Luego el plasma, las investigaciones, ese señor del que usted me habla, la prepotencia… para acabar con los fuegos artificiales a base de copazos en el Bar Manolo mientras se debatía en el Congreso la definitiva moción de censura.

Toda esa deriva conllevó que varios millones de votantes -repito: integrantes del motor económico de este país- buscaran refugio en quienes se presentaba ante ellos con halo reformista y bajo la aureola de la honradez, la capacitación y las ganas de solucionar nuestros males endémicos. Aquí entra mi segundo deudo del día: Albert Rivera. Quien dilapidó todo ese capital -sin intereses- que se entregó a su «proyecto nacional». Un plan que pronto quedó desnudo para desvelarse descaradamente personal. Para el que se creó una estructura piramidal de sumisión ciega y mediocridad exponencialmente multiplicada, blindada para perpetuar al Rey Sol. Un ególatra que se creyó inmortal -como un desdichado adolescente intoxicado- y que en lugar de agotar todas las posibilidades de pactar un gobierno de coalición -aun sin su participación, si fuera preciso-, hizo que nos diéramos el trastazo con esta banda de iletrados que nos gobierna, unos enfermos de sectarismo e incapacitados para cualquier cuestión que exceda del mero aseo personal. Y, en algunos casos -a lo que se ve-, ni eso.

Hoy, gracias a Mariano y a Albert -y a muchos otros, en distinta medida- tenemos que mostrar agradecimiento, por poder salir a la calle enmascarados, a los responsables de 26.000 muertes, de nuestra ruina absoluta, del recorte de libertades inaudito en Europa y de la destrucción de nuestra Esperanza.

Claro que siempre podremos desahogarnos compartiendo las bonitas estampas de cuarto de baño y la palabrería hueca que nos regalan en Twitter los herederos de los mentados. Ellos siguen verso a verso, mientras nosotros recibimos golpe tras golpe.

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