Prohibido Bailar

Los decretos de la nueva normalidad reflejan una grave anormalidad que me resultará difícil de asumir

Según informaba La Voz digital el pasado sábado, el Gobierno prohíbe bailar en las discotecas durante la fase 3. Ojiplático, oiga.

Pertenezco a una generación que ha crecido y se ha formado en un ambiente sociopolítico muy significativo, que por encima de herencias y posibilidades ... nos igualó en torno al respeto de unos principios claves: el primero de ellos, la Libertad. Principio que comenzó a forjarnos desde nuestros primeros y borrosos recuerdos.

Como tantos, acompañé a mis padres a depositar su voto en las primeras elecciones democráticas. Recuerdo perfectamente ir a hombros de mi tío, en un clima festivo, recorriendo un camino nuevo que luego se hizo extremadamente familiar con cada sufragio: desde casa, en la Avenida de Lebón, hacia el desaparecido colegio de la Barriada de la Paz, junto a la parroquia de San Francisco Javier. Hoy, cada vez que cojo una papeleta y me dirijo a la urna, ahora con alguno de mis hijos de la mano, trato de inculcarles la felicidad y el respeto hacia el vecino que se respiraba en aquellos momentos de mi niñez. Aunque últimamente el clima es de autodefensa.

También recuerdo haber asistido, de la mano de mi madre, a mítines del partido socialista en el añorado Pabellón Fernando Portillo y, con claridad, cómo le pregunté -a la salida- qué significaba “ser socialista”; y su respuesta: “significa que tú podrás ir a la Universidad”. ¡Y cómo olvidar la tarde del 23-F!, que nos asaltó mientras merendaba en casa de mis primos en Loreto y el miedo que mi madre -siempre tan espontánea- me trasladó durante el regreso a casa en el autobús de la extinta línea 4. Miedo que se esfumó cuando, tras bajarnos en la parada situada junto al demolido Cuartel de la Guardia Civil, pasando las diez de la noche, la pareja de guardia nos dijo, al ver nuestra carita de miedo: “tranquilos, os acompañamos a casa porque no queremos que ningún quinqui aproveche el lío para daros un susto”.

La nostalgia me lleva a rememorar también al fallecido Don Francisco, profesor de mis primeros años de EGB, excombatiente franquista en la Batalla del Ebro (como nos recordaba cada tarde lluviosa de Invierno) y a su sorprendente y encendida defensa de Rafael Escuredo en la campaña política de 1982. Porque, decía, “La Libertad es Libre”.

De mis años en el Instituto Columela no puedo olvidar las lecciones, académicas y de vida, de mis profesores Mercedes (Filosofía) y Agustín (Literatura), que dejaron este mundo habiendo sembrado en cientos de afortunados alumnos su amor por la Vida y la aversión a la Prohibición. Como tampoco soy capaz de borrar de mi mente mis dos semanas como militante de las juventudes comunistas, antes de la Caída del Muro. Tiempo suficiente para constatar que su ideología liberticida era una aberración desde el punto de vista de un mochuelo bisoño e idealista que se consideraba, pomposamente, un librepensador.

Y no puedo dejar de mencionar a mi llorado compañero de pupitre en el colegio Gadir, Luis Miguel (q.e.p.d.), con quien me reencontré en la Universidad y con quien retomé alguna que otra discusión política. Un auténtico visionario. Repasábamos juntos, con seriedad, las atrocidades de la corrupción socialista en los últimos años de González. Y encajaba como nadie mis bromas cuando me hablaba de “los anticapitalistas” y su lucha libertaria. Hoy habría sido un magnífico alcalde, sin comparación posible. Hubiéramos tenido mucho en común. Sobre todo, la aversión al verbo “prohibir”.

Los decretos de la nueva normalidad reflejan una grave anormalidad que me resultará difícil de asumir. Se comprende que mi concepto de Libertad ha tomado el camino de todo aquello que conforma mis recuerdos. Y la Felicidad que los acompañaba.

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