OPINIÓN
Pongamos que escribo... de Madrid
No he encontrado a nadie, cualesquiera que sea su ideología, su procedencia o su forma de entender la vida, a quien no le guste Madrid
Les escribo esto en la mañana del Día de la Madre, justo un año después del primer día en el que, tras el confinamiento, nos permitieron salir a realizar actividades deportivas al aire libre dentro de un horario limitado a edades y circunstancias. Las redes ... sociales me recuerdan la efeméride y, al echarles un vistazo, contemplo a un tipo barbudo y con expresión de noqueado por el encierro, corriendo por la playa sin camiseta y riendo abiertamente a una cámara que auto-filmaba la carrera mientras suena de fondo el estribillo de la canción “I’m Free”, de The Who.
El recuerdo del sabor de la Libertad, aun limitada y monitorizada, me ha animado a escribir sobre Madrid, con la fortuna de poder hacerlo en su Jornada de Reflexión.
No busco la complicidad política en la relación de conceptos. Siempre he experimentado ese sentimiento de Libertad cuando he pisado Madrid y, siempre que he tratado, se me ha trasladado esa idea de lo que supone la ciudad: un trago de oxígeno, una sacudida de inspiración y un desahogo necesario para quien en algún momento se ha sentido atrapado o encorsetado en un patrón provinciano de conducta.
Me precio de conocer a mucha gente diversa y no he encontrado a nadie, cualesquiera que sea su ideología, su procedencia o su forma de entender la vida, a quien no le guste Madrid, con todo lo que ello implica.
La Capital forma parte del imaginario colectivo de mitos y símbolos de las cuatro generaciones. Ya sea formando parte de un plan de estudio, como esperanza de mejora laboral, para un baño cultural o una vacación repleta de opciones. Todos -de cualquier edad o condición- encuentran allí acomodo y beneficio. Y aunque siempre existe alguien que dice “sufrir” Madrid, pocos casos podremos relatar de quienes hayan puesto fin al suplicio. Yo llevo años ofreciendo cambiar -mi casa, mi empleo y mi bronquitis- por el sitio que ocupa cualquiera de esos quejicas y no encuentro manera de lograrlo. Todos permanecen allí, a pesar del estrés, la contaminación, el precio de la vivienda o la ausencia de playa.
Y es normal. Poca cordura mostraría quien dejara de vivir voluntariamente en un lugar donde puedes desarrollarte personal y profesionalmente sin más límite que tu capacidad. Donde puedes criar a tus hijos en un entorno de posibilidades infinitas y donde se ofrece al ciudadano tal multitud de servicios que no te cabe duda alguna del destino al que han ido a parar tus impuestos. Y si, además de eso, existe un desarrollo de la iniciativa privada sin parangón posible en todo el resto de la Nación, se hace fuerte la razón que lleva al madrileño de adopción a permanecer en el horror de su queja antes de volverse al pisito con miras a La Caleta (por poner un ejemplo).
Y en estas que viene la alcaldesa de Barcelona a decir que no comprende cómo los madrileños pueden vivir con el “terror de aguantar a Ayuso”. Una tipa, Colau, que tiene ahogada a una ciudad que en su día supuso lo que es hoy Madrid. De la Barcelona culta, vanguardista y libre que se erigió como puerta de Europa y ventana al Mundo hoy no queda nada. Barcelona es una capital de provincia muy grande y ¡ay! muy hueca. Una vez que recuperas el sentido perdido por el deslumbramiento que provoca el escaparate, adviertes que la tienda tiene poco contenido. La actividad cultural está limitada y cada vez más dirigida -lingüística e ideológicamente- a los portadores de barretina; la inseguridad ciudadana es ya una de sus señales identitivas (sustituyendo a la silueta de Colón) y el buen gusto en el vestir comienza a suponer un peligroso ejercicio de rebeldía.
Llamaría la atención que la crítica política a la gestión que realiza Ayuso en Madrid viniera de un dirigente respetable por su ejemplo en lo propio. Pero siempre viene de los mismos: de quienes tienen su ciudad convertida en un estercolero y solo saben hablar de Libertad cuando forma parte de la letra de un pasodoble. Chusco.
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