Piqué

Pese a que existen cosas mucho más importantes que comentar -en lugar de las cretinadas de un engreído-, me van a permitir que les entretenga el lunes con el chascarrillo

Al conocerse, durante la semana recién transcurrida, los tejemanejes llevados a cabo por el capitán del F.C. Barcelona, de sus comisiones y los intentos de participar en competiciones de prestigio por la puerta de atrás, representando a su amado país sin que se tuviera ... en cuenta su demérito profesional en contraposición a otros –más discretos y modestos– que sí lo tuvieran, me he acordado de una anécdota protagonizada por ese futbolista y vivida por servidor de ustedes que nunca les hubiese relatado porque les creo con suficiente criterio como para no perder un segundo en leer ningún marujeo sobre un futbolista. Dicho en román paladino: que vengo ahora a aprovechar la gaditana «collá» y, pese a que existen cosas mucho más importantes que comentar -en lugar de las cretinadas de un engreído-, me van a permitir que les entretenga el lunes con el chascarrillo. En compensación, yo les autorizo a que me llamen oportunista.

El episodio sucedió en febrero de 2020, justo antes del paso del primer jinete del Apocalipsis. Pero quisiera explicarles los antecedentes, para que se sitúen en contexto.

Sucede que en aquel día tuve la suerte de asistir a la reunión que la pequeña fundación ‘Amigos de Rimkieta’ –de la que soy un insignificante padrino– realiza en Barcelona anualmente. Se trata de una asociación que tiene como principal objetivo ayudar a mujeres y niños de Rimkieta, uno de los barrios más deprimidos de la capital de Burkina Fasso, a su vez uno de los países más pobres y necesitados del mundo. Al salir del lugar de la reunión, nos paramos a charlar con la gerente de la Fundación, una española –vecina de Barcelona y con posibilidades de promoción profesional realmente importantes en el lugar del mundo que quisiera elegir– que decidió seguir el camino de servicio a los demás que su padre le inculcó y, por ello, se mudó a aquella tierra yerma, donde los recién nacidos permanecen semanas sin nombre –y con el mínimo apego emocional de sus padres y hermanos– por si fallecen durante los primeros meses, cuestión dolorosamente habitual. Y allí gestiona los proyectos en base al principio fundacional «Un euro aquí (España), un euro allí».

Pues bien, como les decía, estábamos charlando a la salida cuando su hijo llegó excitado llamando la atención de su madre. El motivo del nerviosismo no era sino que Gerard Piqué se encontraba allí mismo (en unos jardines próximos; un lugar con mucha gente disfrutando del día), con su esposa, tumbado al sol.

El niño es nacido en Burkina Fasso y tenía, por aquel entonces, cinco años. Su madre viene a España dos veces al año; y lo trae cuando puede. Pueden imaginarse lo que suponía para el chiquillo semejante e inesperado evento. Y cómo soñaría con llevar a su colegio una foto con un ídolo como ese. Pero su madre se mostraba reticente y, solo cuando los testigos de la situación le animamos a acercarse a pedir lo que estábamos seguro que se concedería con normalidad, se atrevió a acercarse y pedirle a Su Excelencia, con la mayor consideración, la tan deseada foto con su emocionado vástago. La respuesta fue desoladora: «Perdona, estamos descansando».

Queda para el análisis individual de cada uno la consideración de la bondad de actuaciones y aciertos de ambos, así como el análisis del sentido del descanso para uno y otra. Pero lo que no podrán negarme es la oportunidad que perdió el «representante de Unicef» de conocer a ese niño e interesarse por el trabajo que realizaba su madre. Y, ¡quién sabe!, de mover un pequeño dedo para que la vida de miles de niños y mujeres luchadores contra la miseria en aquel barrio perdido pudiera cambiar un poquito. Tampoco se hubiera deslomado.

Puede ser oportunismo. Pero también oportunidad. O Humanidad.

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