Pide un deseo
A pesar de la creencia extendida, muchos de quienes sacrificamos un puente festivo para lastimarnos los pies y la espalda en una caminata de ritmo absurdo nos encontramos muy alejados del beaterío
Salir a procesionar con mi Hermandad, en el pasado Viernes Santo, ha supuesto un verdadero regalo. Y, como los buenos, totalmente inmerecido. ¡Quién me iría a decir que el ‘año de recapacitación’ (o de ‘descanso’, que es la explicación que se da cuando uno no ... quiere pecar de intensito), que me propuse aquel ya lejano 2019, iba a convertirse en una carencia tan larga, sin obtener ese rato en el que te reúnes contigo mismo y terminas llorando como un niño al que desvelan su insignificancia!
¿Y eso es agradable? Evidentemente, no. Pero siempre es necesario. Resulta contradictorio que tenga que ser una imagen de la Deidad quien venga a recordarnos que somos mortales, pero a la vista está que necesitemos ver al Dios muerto para entender nuestro papel en el mundo, lo que nos ayuda a seguir adelante.
A pesar de la creencia extendida, muchos de quienes sacrificamos un puente festivo para lastimarnos los pies y la espalda en una caminata de ritmo absurdo (dos kilómetros en cinco horas) nos encontramos muy alejados del beaterío, la pose o la urdimbre social. En muchos casos, la razón de ese pequeño martirio se explica por tradición familiar y la remembranza; como existen tantos que, simplemente, quieren participar de un episodio de belleza artística para que no desaparezca (¿qué es Arte, sino uno de los mayores dones dados al Hombre? Y, ¿por quién?).
Otros lo hacen por profesión de Fe (no son pocos quienes rezan en silencio. Se sabe por el discreto rosario que manipulan). Y también hay quienes procesionan por cumplir una promesa que se hiciera en algún momento en el que ni este aprendiz de columnista ni ningún lector quisiera verse nunca. Evidentemente, alguno que otro lo hará por obtener su particular ratito de gloria vecinal, aunque estos son los menos.
La Hermandad a la que pertenezco viste de negro. Tela basta, sin más adorno que una cruz blanca y una cuerda del mismo color que ni siquiera es cíngulo porque carece de borlas, nudos ni trenzas. Se procesiona descalzo o con sandalias de ‘padre mendicante’ y totalmente despojado de cualquier tipo de abalorio (solo se permite lucir la alianza de matrimonio). Se procura que las ‘levantás’ sean prudentes (¡con lo que nos gusta una imprudencia a los gaditanos!) y su principal acto público, aparte de su salida procesional y su quinario, es una ceremonia que llaman ‘Bajada del Cristo’ en que los únicos protagonistas son el Cuerpo inerme y el silencio. La penitencia tras los pasos viste con el mismo hábito, o con ropa negra; siendo la discreción y el recogimiento una señal evidente del respeto que se profesa a los demás. Que de eso se trata. No de destacar, lucir melena o exhibir impúdicas contradicciones.
Y, sin embargo, pervive. Cada reencuentro en la recogida de ese Viernes Santo deja claro el sentido de esa persistencia. A pesar del cansancio, de la inoportunidad de cada incidente y la falta de humanidad de quienes, estúpidamente, aguardan horas en una acera para mofarse de quienes han llenado su tiempo a la par que ellos han vaciado el suyo. La mirada viva, la sonrisa triunfante y el afecto transmitido en los abrazos a la Recogida no son efecto de ninguna adormidera. Antes bien, consecuencia de saberse finitos y de haber tratado de allanar el camino para quien lo siga.
La explicación más prosaica de todo eso no podría tener mejor vehículo que el limpio deseo proferido por un niño. Sucedió en San Juan de Dios. A mi derecha, un grupillo de cinco críos de entre cinco y siete años burlaba el tedio (lentos penitentes que no dan cera) retándose a pedir deseos para cuando ‘pasara el Cristo’. Sin preámbulo ni indicación adulta alguna, el mayor de ellos anheló ‘que se acabara el covid’. La siguiente suplicó ‘que no haya que llevar mascarillas’, a quien le siguió otro que mentó “que se acabe la guerra’. Esperanza, Amor y Bien.
Yo aproveché y pedí el mío: «Que los malos os dejen en Paz».
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