Peajes

Desde el pasado uno de enero andamos alborozados con el fin de peaje de la autopista que nos lleva a Sevilla

Nos encontramos de enhorabuena los gaditanos. Desde el pasado uno de enero andamos alborozados con el f in de peaje de la autopista que nos lleva a Sevilla . Como chiquillos a quienes les hacen un regalo, se nos dibuja la sonrisa, hay quien toca ... el claxon y aún quien se para a hacerse una foto con las obras de demolición del escenario del finalizado secuestro como fondo.

Y evidentemente se trata de una buena noticia, pues entre otras razones supone el fin del agravio comparativo con el resto de provincias andaluzas: la nuestra era la única en la que, para salir de nuestro límite por una carretera decente, había que pagar. Pero la celebración de ésta liberación no debe cegarnos ni aplacar nuestras legítimas reclamaciones en materia de comunicación, tan largamente ninguneadas por los políticos al mando, de uno y otro palo.

En estos tiempos de revolución verde, la auténtica buena noticia para el gaditano que plantea su horizonte más allá del Río Saja no sería tanto el ahorro de los 15 euros de ida y vuelta en autopista, sino la posibilidad de usar un transporte público eficiente para hacer cualquier gestión a la capital de Andalucía, pagando esos 15 euros en total y sin perder cuatro horas en recorridos. Hoy, ese viaje -tanto en autobús como en tren- cuesta más de 30 € (salvo que tengas derecho a algún descuento por circunstancias personales), supone una pérdida de 1’45 horas por trayecto y mantiene unos horarios con lagunas tan enormes que motivan a cualquiera a usar su coche y gastarse menos de esos treinta euros en gasolina (menos aún si se trata de diesel), ir tranquila y libremente hasta su destino en menos de una hora y media y seguir contaminando, destrozando la carretera (ahora que todos pagaremos el arreglo vía impuestos) y colapsando las ciudades.

Pero esos detalles no preocupan a los usuarios de chófer y coche oficial. Después de 26 años insultando nuestra inteligencia con las prórrogas del peaje es de suponer que pensarán que con el regalito estaremos entretenidos otros 20 años sin rechistar.

Mientras, seguiremos disfrutando de una red de transporte público carísima, desesperantemente lenta y poco eficiente; que en casos como la conexión con el aeropuerto provincial resulta descoordinada -y por lo tanto, inútil- con los escasos vuelos regulares que salen de La Parra; de tranvías fantasmas y políticos embusteros; de obras faraónicas sin más concierto ni sentido que el de llenar abundantemente más de un bolsillo; y, en definitiva, del fruto mental de una clase política torpe, poco útil y deshonesta.

Una clase política -de uno y otro signo- que desde su avioneta, helicóptero o sencillo skoda se irá aupando progresivamente, de boquilla, al carro de moda del ecologismo y que cargará contra nosotros por resistirnos a comulgar con sus ruedas de molino. Y es que tendríamos que hacerles saber -de manera que no les quepa duda- que el día que nos liberemos de pagar tanta carga pública inoperante podremos ahorrar lo suficiente como para permitirnos apuntarnos al club de salón verde y lecciones de ética para otros.

Ese es el peaje del que querría yo liberarme.

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