Patrimonio
... lo de trabajar y hacer que la Ciudad no dé vergüenza lo dejamos para alguna cuarteta del popurrí...

En el verano de 1991 realicé mi primer viaje al extranjero. A pesar de llevar ahorrando todo lo que pude durante todo el tiempo que logro recordar, necesité la ayuda de mis padres para poder pagar las cuarenta mil pesetas que costaba ... el soñado vuelo a mi fantasiado Londres . Con mi propio peculio atendería mis necesidades de alojamiento y manutención durante los veinte días que ilusionadamente diseñé, repartiéndolos por el sur de Inglaterra, recayendo en hitos míticos para mi soñadora tardo-adolescencia. De aquella experiencia guardo varios recuerdos interesantes.
Durante mi estancia me alojé en dos lugares: en la casita de una pareja de jubilados, en un suburbio de Portsmouth , durante 15 días; y en un 'bed and breakfast' de Londres, en el barrio de Belgrave, durante los cuatro días que aluciné en la que aún parecía la capital del Imperio Británico y hoy en día se ha convertido en un barrio más de Arteixo. El aburrimiento al que les someto hoy solo consistirá en lo que vi durante el primer periodo.
Portsmouth es una pequeña ciudad portuaria, (en aquella época, unos 150.000 habitantes, similar al número de gaditanos residentes en la capital por entonces), con un poderoso pasado industrial y naval, cuyas reminiscencias quedaron en el astillero histórico donde se exhibían los barcos HSM Victory (buque insignia de la armada británica en la Batalla de Trafalgar , donde murió el almirante Nelson), el Mary Rose (de la Armada de Enrique VIII) y el HSM Warrior (el primer acorazado inglés, de 1860). Además de aquello, el visitante podía satisfacer su curiosidad en la casa natal de Charles Dickens, el Museo del Día 'D' y en el irresistible atractivo de embarcarse en un hovercraft para llegar en quince minutos a la surrealista y verdaderamente hippy Isla de Whight, una especie de parque temático gigante, donde un pintoresco trenecito de tipo alpino realizaba un recorrido circular parando en pueblecitos dignos del Señor de los Anillos , donde vivía gente real haciendo cosas reales en medio de surrealistas jardines chinos, castillos medievales, grandes praderas y acantilados.
Como ustedes suponen, para la visita a los buques antiguos se cobraba el correspondiente precio, que se iba incrementando según la ojana que uno estuviera dispuesto a rumiar. En cuanto a la casa donde nació el inconmensurable Dickens, me supuso una curiosa semejanza con la visita que realicé al Museo de Raíces Conileñas , aunque aquella adoleciera del interés que éste tiene. Y no solo se cobraba entrada, sino que para visitarlo había colas diarias de sonrosaditos salmonetes -calzados con chanclas y calcetines- que iban a gastarse sus libras estivales en las cálidas playas de guijarros de aquel paraíso sureño sin quitarse la rebequita.
Por lo que respecta al Museo del Día 'D' (y las réplicas que existían en la excéntrica Isla de enfrente), consistía en un fuerte y sus casamatas cuyo contenido venía determinado por piezas de armamento y barcos participantes en el Desembarco de Normandía , siendo la atracción principal una serie de dioramas militares, a escala real y realizados con muñecos de cera, representando escenas de aquel episodio de la Historia. Limitadito y demodé, sí. Pero con miles de visitantes diarios pagando para entrar a verlo , con una industria turística alrededor de la que se beneficiaba toda la orgullosa ciudad, limpia y presentable para recibir visitantes y hacer la vida más grata a los nativos, sacando jugo de una castaña.
Y yo regresé a Cádiz dándole vueltas a aquel asunto. Si aquellos tipos tan rancios habían sabido sacarle partido a una ciudad sin encanto , gracias a un hecho puntual (aunque valiosísimo) y con la ayuda de cuatro maniquíes con aspecto cutre… ¿qué no podría hacerse por gente con ingenio en una ciudad fundada por Fenicia cuando en todo Occidente no existían aún núcleos urbanos; una ciudad que fue durante una época la segunda ciudad del Imperio Romano; que con el avance de los siglos se convirtió en una Cosmópolis con la significancia que hoy en día pudiéramos darle -por ejemplo- a Nueva York; que se erigió como Capital de España y estandarte de Libertad durante la Invasión Napoleónica que asoló Europa; que promulgó una Constitución considerada como modelo de sistemas políticos liberales en todo el mundo y en la que nacieron movimientos revolucionarios que conmovieron a la Nación durante todo el siglo XIX?
Una ciudad que cuenta con castillos cuyas copias, en otras latitudes, son atracciones turísticas de primer orden y aún emblemas nacionales ; con murallas defensivas en cuyas casamatas se guarda chatarra; repleta de casas-palacio que merecen algo más digno que alojar turismo barato de botellón y fin de semana de todo a cien; habitada por gente amable y hospitalaria; y con unas playas y un entorno comarcal de ensueño para cualquiera que sepa valorar la vida…
Quizás el fallo resida, precisamente, en la playa . Las de guijarros imprimen carácter y sobriedad, valores suficientes para exprimir el ingenio y sacar partido a lo poco que la fortuna te ha regalado. Nuestras arenas doradas, sin embargo, invitan a la molicie y el desahogo. A tumbarse en una hamaca y soñar con el tipo que llevar al Falla en el próximo concurso ; y en el momento en que romperse la camisa por Cádi y aprovechar el elegantísimo grito de «¡campeones!» para catapultarte al puesto y la paguita.
Ya lo de trabajar y hacer que la Ciudad no dé vergüenza lo dejamos para alguna cuarteta del popurrí cuando vuelva a haber Concurso. Mientras, hay que taparse la boquita. Por el virus.