La nada
Más allá de las lecturas, no guardo reconocimiento personal de sus labores al mando del Estado
Cuentan que José Luis Rodríguez Zapatero, en un ejercicio de honestidad absoluta, le confesó sorprendido a su esposa lo fácil que resultaba a cualquiera ser Presidente del Gobierno. Viniendo del personaje, no creo que utilizara ningún doble significado o que hubiera utilizado el sarcasmo.
Ignoro ... la complejidad que entraña el cargo. Mi memoria reconoce a Suárez y a Calvo Sotelo pero, más allá de las lecturas, no guardo reconocimiento personal de sus labores al mando del Estado (perdónenme la corrección política. No volverá a ocurrir). Mis mayores me dicen que el primero ha devenido ejemplar en los últimos años (por necesario contraste), aunque la gestión de su gobierno dejó muchas lagunas. La peor de todas -y germen de muchos de nuestros males, desde el modesto punto de vista de este aprendiz de columnista-, el estado autonómico y la endeble defensa ante los regionalismos periféricos del principio, que se convirtió en constitucional (artículos 14 y 139), de la Igualdad de todos los españoles.
También me cuentan que el segundo podría haber sido el mejor gestor que hubiera conocido este país en generaciones, pero tuvo la mala fortuna de nacer -políticamente- justo cuando irrumpió Tejero en el Congreso, con lo que eso supuso para arruinarle la vida al pobre teniente coronel y cualquier atisbo de éxito político a don Leopoldo en las siguientes elecciones generales. Un señor a quien tanto progresista de salón debería agradecerle, entre otras cosas, su feliz divorcio.
De Felipe González sí que tengo recuerdos. No podré olvidar nunca aquel mítin que dio en el Pabellón Fernando Portillo durante su campaña de las elecciones generales del 82, al que mi madre me llevó. Y no porque yo fuera entonces, con nueve añitos, tan extremadamente repelente, sino porque conservo en mi memoria (que es poderosa para estas cosas, aunque se mostró endeble para demostrar algún tipo de valía durante mis estudios) el breve diálogo que mantuve con mi progenitora a la salida del evento, mientras devoraba una deliciosa tapa de albóndigas con tomate en el cercano bar “Los Lunares”: “mamá, ¿qué significa ser socialista? – Significa, hijo, que tú podrás ir a la Universidad”. Pobre madre, pobre país engañado y pobre Universidad, que creció y se extendió para llegar a convertirse en una fábrica de parados.
Tuve la suerte de conocer a Aznar tras su presidencia y de haberle agradecido personalmente cuanto bueno hizo por este país, como tantos se lo reconocieron en masa dándole la mayoría absoluta para su segundo mandato.
Del simple que accedió a la Presidencia del Gobierno gracias al 11-M prefiero no comentar más que la entradilla de este artículo. Casi lo mismo me pasa con el señor gris que gustaba del plasma, el Marca y el copazo en el bar Manolo mientras la horda preparaba el “asalto a los cielos”. Y me perdonarán ustedes que controle mi teclado cuando me llega el turno de comentar nada sobre el Felón. Creo que ya me han entendido. Desde hace tiempo.
Me vino este repaso a los presidentes y a la facilidad que -dicen que- dijo Zapatero sobre el ejercicio del cargo después de recuperarme de la perplejidad que me causó la entrevista de Alsina a Carmen Calvo, en Onda Cero. Como abogado, he presentado demandas solicitando la incapacitación de personas que muestran un amueblamiento mental que esta señora desconocería. Aún a estas alturas, supone para mi un arcano por qué -de entre la enorme masa de militantes preparados y capacitados que nutre cualquier partido político- eligen para dirigir los designios del país a quien presenta un grado de indigencia intelectual tan alarmante. Será porque el dinero público no es de nadie…
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