El linchamiento
Reclamamos Justicia. Pero es mentira.
Hubo revuelo periodístico, en la semana recién transcurrida, a cuenta de una sentencia judicial recaída en un asunto de ‘violencia de género’ en un juzgado gaditano.
La noticia señalaba -con indicaciones claras- a la magistrada que, en su función de juzgar de manera objetiva e ... imparcial, no consideró acreditada la grave acusación que pesaba sobre el investigado, un desgraciado para quien la fiscalía y la acusación particular solicitaban doce años de cárcel por un supuesto maltrato continuado a la esposa. Doce. De cárcel.
Según contaba el periodista (de un medio de la competencia), en la sentencia se consideraba acreditado que el individuo juzgado sí ejerció violencia contra la que fuera su novia en un determinado día en el que accedió al domicilio de aquella y le agredió y amenazó, condenándolo como autor del delito e imponiéndole la pena de un año de cárcel. Sin embargo, la juez cometió la osadía -según se desprende del tono del artículo- de no ‘considerar probado’ que aquel tipo hubiera cometido las barbaridades que se relacionaban en los escritos de acusación y que hubieran incrementado la condena. A pesar de que la denunciante afirmara que todo cuanto expuso era cierto.
Es decir, que tras un juicio en el que el acusado tuvo que tratar de demostrar su inocencia (ahí es nada) y, a pesar de desplegarse frente a él toda la maquinaria de un Estado cuya máxima es el ‘Yo Sí Te Creo’ (porque sí), una jueza se erigió en garante de nuestra olvidada Constitución y entendió que existían contradicciones graves en el testimonio de la denunciante, con la suficiente entidad como para sembrarle una duda más que razonable que impedía mandar a prisión -por doce años, insisto- al desgraciado que había perdido el control de su vida por un ataque de imbecilidad. En otras palabras: la juez vino a decirle a la denunciante que ella sí le creía… siempre que se lo demostrara. Pero no fue así.
Algo intolerable para el redactor de la noticia y para los colectivos que dominan la ‘res’ pública desde que las únicas opciones políticas que podían mostrar un atisbo de decencia y cordura en sus planteamientos comenzaron a redactar ‘hashtags’ violetas para no quedarse sin una concejalía.
Según entienden la Justicia estos sectores de la sociedad, la juez no debería haber dudado un instante del testimonio de la denunciante y, por supuesto, debería haber mandado a la cárcel al tachado como agresor. ¿Doce años? ¿Por qué no veinte? Ya puestos… ¿por qué celebrar un juicio? La mera denuncia de la mujer que dice ser agredida debería servir para meter en la cárcel a cualquier sinvergüenza que osara hacerlo. Sin juicio, porque la palabra de ‘Ella’ debe ser adoptada como Dogma de Fe. Ríase usted de la Inmaculada Concepción, pero no le tolero que lo haga del testimonio de la Sacra Víctima.
Hace poco tiempo tuve la fortuna de defender y ayudar a un tipo a quien, entre otros episodios, le acusaban de haber comprado el libro ‘Cásate y sé sumisa’. Lo compró para sí y, cuando lo leyó, lo almacenó en su librería, sin hacer mención alguna a nadie. Hace poco, otro ciudadano me cuenta que le recriminan ahora por haber comprado un cuadro en el que aparece un bello rostro femenino tapándose la boca. A su mujer le encantó y le pidió que lo colgara en la cabecera del dormitorio. Y allí ha estado durante doce años, hasta que -por una serie de desencuentros pandémicos- la doña ha relatado una larguísima lista de desagravios entre los que se encuentra, ¡¡faltaría más!! la compra del mentado cuadro y su clarísima simbología opresora. ¿Juicio? ¿Fárrago de proceso, testigos y pasar por el trance de una juez que -vaya usted a saber- nos venga con garantías constitucionales? ¡¡Qué desfachatez!! ¡A la cárcel del tirón!
Reclamamos Justicia. Pero es mentira.
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