Opinión
Don José María
Me cuentan mis mayores que a Pemán, en Cádiz, quienes le conocían le llamaban «don José María». Con naturalidad y sin ampulosidad
José María Pemán, icono de las letras en la España del siglo XX.
Me cuentan mis mayores que a Pemán, en Cádiz, quienes le conocían le llamaban «don José María». Con naturalidad y sin ampulosidad.
Dice el diccionario de la lengua española que el españolísimo «Don/doña» proviene del latín «dominus» (que significa «señor») y que es un ... tratamiento de respeto que, antiguamente, estaba reservado a determinadas personas de elevado rango social. Curiosamente, esa reserva no era de uso propio, sino que se utilizaba por los demás para reconocer al así tratado su señorío, conocimiento, trabajo, valía o ascendencia. Dicho en otras palabras: uno nunca se presentaba como «don», sino que dicha titulación se la otorgaban quienes lo trataban y respetaban.
Hoy sigue siendo igual. Nadie usa el don en primera persona, sino que sigue concediéndose por los propios y ajenos. No obstante, la cuestión ha degradado –como todo– y hoy en día el don se le antepone a cualquiera de manera automática, sin necesidad de mérito. Lo llamativo es que aún quede un cualquiera que no reciba el tratamiento. Ni siquiera el automático.
En contraste con la persona tratada de don/doña (que solo se presenta con su nombre y su apellido, sin más artificio), un cualquiera busca matizar su irrelevancia usando un apodo, un mote. Y ello en la pretensión de que, a falta de poder ofrecer virtud alguna por la que ser reconocido, el invento pueda disfrazar la carencia.
De vuelta al diccionario encuentro que «mote» significa «nombre que se da a una persona en vez del suyo propio y que, generalmente, hace referencia a algún defecto, cualidad o característica particular que lo distingue». Adviertan lo desesperanzador que resulta que el mote no te lo dan, sino que tú mismo te presentas de tal guisa.
No todo el mundo trataba personalmente a don José María. Evidentemente. Pero también me cuentan que a nadie se le ocurría llamarlo ‘El Poeta’, ‘El Dramaturgo’, ‘El Escritor’, ‘El Orador’, ‘El Columnista’ o ni siquiera ‘El Séneca’. Simplemente, Pemán. Y no porque la ciudadanía no conociera esos méritos, sino porque el respeto a quien representaba dignamente a Cádiz allá donde le dieran voz impedía que se refirieran a él como si de un cualquiera se tratara. Porque en aquella época, solo los chusmetas –y los delincuentes– eran conocidos por su mote.
Del currículo multifacético de don José María me quedo prendado de su enorme capacidad de trabajo y creatividad. Pueden imaginarse qué supone para este modesto columnista contemplar la desbordante obra de aquel señor (consulten la Wikipedia: quedarán sorprendidos). Es posible debatir sobre la calidad de parte de su obra e incluso cuestionarla. Pero concédanme que para ello se debe presentar alguna credencial.
No se precisa equiparar su volumen editado, basta con alguna obra escrita conocida. Tampoco es necesario cultivar todos los ámbitos en los que destacó, con que se haya actuado siquiera mediocremente en alguno sería suficiente. Y sí, puedo reconocer –con sumo respeto– que algunos versos puedan resultar ripiosos. Pero no creo que esa tacha pueda provenir –con una mínima autoridad– por quien desgrana versos grimosos con voz estridente y entendimiento ignoto.
En definitiva: que por más que ésta ciudad se esté degradando, con un mote no basta para cuestionar a un don.
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