OPINIÓN
Hecho diferencial
En Barcelona tienen una plaza, un monumento y un colegio destinados a Francisco Maciá, teniente coronel del Ejército de Tierra español, nacido en Vilanova i la Geltrù en 1859 y que a la edad de 55 años le dio por firmar como Francesc y cambiar el sentido de la tilde de su apellido
En Barcelona tienen una plaza, un monumento y un colegio destinados a Francisco Maciá, teniente coronel del Ejército de Tierra español, nacido en Vilanova i la Geltrù en 1859 y que a la edad de 55 años le dio por firmar como Francesc y cambiar ... el sentido de la tilde de su apellido. Este hombre -claramente aquejado de una tardía y largamente acomplejada adolescencia y considerado en su día como un traidor a la Corona- es considerado como uno de los padres de la ‘patria catalana’ y entre sus múltiples hazañas se cuenta la creación de ‘Estat Català’, una organización paramilitar de corte fascista cuyo objetivo principal era promover la insurrección y el enfrentamiento armado contra España.
La plaza y el colegio están relativamente cerca entre sí. Curiosamente, o por el simple motivo de querer dar la nota, este último está junto a la Plaza de España. En cuanto al monumento, cómo no, se sitúa en la Plaza de Cataluña. Muy cerca de allí, en el Barrio del Borne, junto a la basílica de Santa María del Mar, existe una plaza llamada Fossar de les Moreres, donde se erige otro monumento, este conmemorativo a los caídos en la batalla que se libró en la ciudad el 11 de septiembre de 1714, en plena Guerra de Sucesión. Y, aunque pudiera parecerlo por la simbología y el enaltecimiento nacionalista, aquello no se trató de un sangriento aplastamiento militar español de una revuelta independentista, no. Consistió en una guerra civil en la que los pobres desgraciados reclutados para defender los blasones de un rey francés o de otro alemán (ninguno de los cuales hablaba catalán) no tenían la más remota idea de los tejemanejes europeos con los que se movían los hilos para destruir España. Sirva como ejemplo que en los momentos finales de la batalla, los gobernantes municipales ordenaron publicar un bando llamando a la población barcelonesa a «derramar gloriosamente su sangre y vida por su rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España».
Pero no quiero enredarme. Mi intención es llamarles la atención sobre el auténtico hecho diferencial que nos separa, como españoles, de otros pueblos: la falta de orgullo. Donde otros han construido una idea nacional basada en mitos e invenciones, nosotros nos afanamos en demoler una historia ejemplar, enterrándola en complejos impuestos por un sistema educativo fabricado para que sintamos vergüenza de nuestros antepasados y, a la postre, desprecio. Es decir, para destruir cualquier resquicio de sentimiento nacional. No se entiende de otra forma que se tache a personas valedoras de su país o que han contribuido, con su obra, a poner a su ciudad en el mapa, mientras se ensalza a enemigos de la Patria o, en el mejor de los casos, a señores cuyo conocimiento se diluye a estrechos ámbitos porque escasa ha sido su aportación tres casapuertas más allá.
Si siguiéramos la senda catalana, en Cádiz deberíamos tener algún recuerdo monumental a don Miguel Primo de Rivera, al General Espartero, al Coronel Riego o a la mismísima Lola La Piconera. También serviría alguna referencia a Los Últimos de Filipinas (no: un coro no sirve), a los combatientes anónimos durante el asedio napoleónico, a los defensores durante los ataques de Drake o los cientos de gaditanos que fueron ejecutados durante las insurrecciones coloniales mientras servían a su país a cambio de un triste jornal. Por no hablar de alguna referencia notable a Colón, en esta ciudad que tan importante papel jugó en la gestión del imperio más grande la Historia, más allá de una calle secundaria y oscura y una placa que nadie conoce.
Pero España es así. Y Cádiz, ya, ni les cuento. Sobre todo, con la lotería que nos ha tocado.
Ver comentarios