OPINIÓN
A hacer puñetas
En Cádiz tenemos la suerte de contar con jueces ejemplares
Hoy en día, cualquiera puede ser juez. Basta con contar con una magnífica capacidad de estudio y retentiva, demostrar gran tenacidad y, sobre todo, tener la suerte de ser arropado por una paciente familia que te permita prolongar tu vida post-universitaria el tiempo ... que haga falta hasta que cumplas tu sueño de impartir justicia y convertirte en una suerte de virrey. No hay más.
Hay muchos que desisten del empeño y se quedan a medio camino, por razones diversas. De éstos, algunos se decantan por presentarse a puestos menores de la administración. Otros se hacen abogados –normalmente de grandes despachos– y a estos se les reconoce desde lejos. Son formas y modos; y este pésimo estudiante de Derecho y modesto picapleitos de barrio no va a criticar ni una cosa ni la otra.
Hoy quiero hablarles de quienes lograron superar todos los requisitos para convertirse en miembros de uno de los tres poderes fundamentales del Estado, nada menos: el Poder Judicial. Y viene a cuento la historia por la noticia que trascendió la semana pasada, en la que un abogado gaditano, un compañero, denunció a un magistrado por el trato degradante que el tipo le infringió .
No es la primera vez que el portador de esas puñetas es cuestionado. Según informa la prensa, pesan sobre él otras denuncias por acoso, trato vejatorio y elevado absentismo. Y, al parecer, el órgano de gobierno de los jueces ha tenido que llamarlo al orden porque no tenía sentido alguno la exagerada dilación en los señalamientos de los juicios. Para entendernos: póngase usted en la piel de alguien que haya perdido su empleo, la empresa no responde como debiera y no tiene más remedio que acudir a la Justicia para exigir sus legítimos derechos. Y tiene la fortuna de que su asunto caiga en ese Juzgado, que le señala el juicio –es un poner– en septiembre de 2023, mientras a su compañero de fatigas del metal el juzgado vecino lo ha llamado para dentro de seis meses. Y no existe ninguna diferencia entre la carga de trabajo de una y otra oficina. Duro, ¿verdad? Pues ese tipo sigue al mando de ese avión.
Afortunadamente, no es lo habitual. En Cádiz tenemos la suerte de contar con jueces ejemplares. De hecho, la mayoría lo son, a pesar de los pequeños vaivenes que pueden mostrar en el día a día, perfectamente encajables porque, como usted y como yo, son humanos y el humor puede afectarles como les venga el día . Aunque nosotros tengamos que soportarlo y ellos, algunos, no nos pasen ni una. Pero esa es otra historia.
Lo grave no es el número –que, como he dicho, afortunadamente es minoritario–, sino la merma que la sola presencia de un elemento nocivo como el denunciado provoca en la ciudadanía y en su desafección hacia valores que deberían ser objeto de máxima protección por los poderes públicos: el respeto a la Ley y a sus servidores . Repito: servidores. Pero ese respeto debe ganarse y no presuponerse, como muchos se creen acreedores por aprobar un examen.
Hace tiempo comenté con un cliente, crítico con los políticos, que el verdadero peligro para un ciudadano normal no venía de un escaño, sino de un estrado equivocado en el que hubiera tenido la desgracia de caer .
Y es que, aunque hoy en día cualquiera puede ser juez , jamás debiera permitirse que ningún juez se comportara como un cualquiera .