El Día de la felicidad

J0sé Colón Luna nació en Puerto Real el 20 de Marzo de 1920, hijo de Fernando Colón y Milagros Luna Marpé

J0sé Colón Luna nació en Puerto Real el 20 de Marzo de 1920, hijo de Fernando Colón y Milagros Luna Marpé, quien falleció cuando José tenía apenas 8 años y cuya pérdida le marcó el carácter difícil que lo acompañó toda la vida, para tormento ... de quienes le querían y para él mismo, pues era incapaz de dominarlo aunque fuera a él a quien más le doliera.

En plena adolescencia y con el punto de dureza que puede dar cumplir los 16 años sin haber tenido infancia, le pilló la Guerra y un reclutamiento forzoso para luchar por una bandera requeté y defender unos ideales que le eran ajenos. Nadie sabe qué vivió José en aquel fratricidio, porque su semblante se helaba y su boca se cerraba en un duro rictus cada vez que un niño curioso e impertinente -que lo tenía por un superhombre- le preguntaba por alguna batalla. El único buen recuerdo de ese horror lo mantenía en el brazo izquierdo, donde se tatuó de forma tabernaria las iniciales de su madre, separadas por puntos tan gruesos e indelebles como señales de bala.

A su vuelta, ya licenciado, se instaló en la calle Lubet y comenzó a buscarse la vida como pudo. Fue en esa época -y en una tarde caletera- cuando conoció a Carmen, la May, su Amor eterno. Un bellezón de rasgos agitanados, pelo azabache y un corazón que podría albergar a la Cofradía de la Palma en una noche de tormenta. Con ella se casó y juntos las pasaron canutas. A la par que criaban hijos iban menguando sus escasos recursos y, aunque llegaron a vivir en un lavadero, nunca les faltó a los niños (Fernando, Pepi, Mame y Juan José), cada mes de Junio, un par de zapatos estrenados y un bastón de Corpus, por más que las penurias se reflejaran en el rostro de aquel padre -joven pero tan envejecido- en cada hoja que se pasaba por el álbum blanco y negro de aquellos tiempos.

Luego llegó el empleo en Tabacalera y el alquiler de un pisito de dos habitaciones (con baño y cocina compartidos) en el Corralón, con vistas a lo que muchísimo tiempo después dio en llamarse Plaza de la Reina, como siempre debió llamarse la plaza adonde La Colona se asomaba, siempre generosa y risueña. Fue a partir de entonces cuando el rostro prematuramente envejecido de José comenzó a cobrar luz y a recuperar la fuerza de la juventud que nunca disfrutó.

Un poco más tarde entró a trabajar en Astilleros y, como la Vida es tan criminal con aquellos a quienes rasga el alma desde pequeños, tuvo la mala fortuna de sufrir un accidente que estuvo a punto de dejarlo tetrapléjico y le dejó secuelas de las que nunca se recuperó, a pesar de que luciera el aspecto de un roble. Afortunadamente, en aquella época (1954) ni la empresa ni el Estado dejaban tirado a ningún padre de familia que sufriera una desgracia y, cuando se recuperó, José dejó el andamio para ponerse un uniforme de ordenanza que lucía orgulloso sin sospechar que, muchos años más tarde, otro tocayo lo admiraría como quien contempla a un almirante.

En la plenitud de su vida, con 52 años, ya dueño de un pisito de cuarenta y cinco metros cuadrados en la Avenida de Lebón, con dos hijos casados y otro resultando un buen estudiante de bachillerato, se encontró con el papelón que le regaló su otra hija: una maternidad soltera. En el año 72, ni más ni menos. Y, pudiendo conformarse con seguir siendo abuelo y no pagar más peajes, decidió volver a hacerse Padre, regalando a ese niño, durante 20 años, la mayor felicidad que ningún falso biológico pudiera haberle dado jamás.

El tío aguantó seis infartos. El quinto no fue de miocardio, pero fundió su alma y el de la familia: el fallecimiento de su Amada. Ese y todos los anteriores los sufrió en casa y junto a los suyos, que siempre le arroparon. Pero él estaba destinado a que el sexto le sorprendiera solo, en medio de la calle, aquel fatídico 15 de mayo de 1993 en el que su amante hijo “impuesto” lo despertara al llegar de una Feria de Jerez y cruzara con él su última conversación. Una maldita frase gris a la que el fiestero no añadió ningún «te quiero, Papá»…

El viernes fue su Santo y su Día. Y el pasado sábado -20 de Marzo, Día Internacional de la Felicidad, toda una ironía- hubiera cumplido 101 años. El artículo no tiene interés alguno. Su vida no aparecerá en ningún libro meritorio ni ninguna administración le concederá un título honorífico. Pero el beneficiario de su nombre, su legado y su amor se lo debía. Hubo de publicarse el año pasado -su centenario-, pero José Colón (el auténtico, no el impostado autor de éstas líneas) no podía permanecer ajeno a la tragedia. Y todos sabemos qué actualidad mandaba doce meses atrás.

Ustedes sabrán disculparme. Se lo ruego.

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