Falta de talento
Cádiz se ha convertido en la capital del mal gusto
No creo que necesite ponerme etiqueta alguna que me identifique como defensor de la libertad de expresión. Desde esta modesta ventanita han podido ustedes asomarse al modo en que ejercito libremente ese principal derecho, gracias a un periódico y, sobre todo, a un director que ... confió en mi para ocupar este privilegiado sitio. Un director que me dio carta blanca para que publicara en esta columna lo que me viniera en gana, con un solo límite, claramente definido en su línea editorial: que no faltara al respeto a NADIE .
Esto pudiera parecer de Perogrullo, pero lamentablemente debe ser continuamente subrayado hoy en día por mor de la deriva de nuestra sociedad hacia la orfandad absoluta de valores y principios. Hoy todo vale con tal de ejercer nuestro «derecho» a lo que sea , sin que se admita cortapisa alguna, por más que la limitación se imponga para proteger, precisamente, los derechos de los demás.
Resulta todo muy contradictorio, pues por regla general quienes reclaman el ejercicio omnímodo de sus derechos lo hacen al amparo de una colectividad a la que dicen representar, pero no toleran que ninguna comunidad les pida un mínimo respeto. Vivimos en un país en el que miles de personas disfrutan de forma enfermiza con la vejación de un cadáver o con la exhibición de tetas en un altar , se engalanan calles para recibir a miserables asesinos excarcelados, existen clubes de fans de violadores o participan desnudos en cabalgatas de exaltación sexual haciendo gala de la ausencia de retretes en sus carrozas. Y la cuestión suscita dudas: esa expresión de «libertades» ¿es fidedigna o en realidad encierra un ánimo de distorsión, de ofensa, hacia «el otro»?
La contradicción continúa imperando . Porque tengo la convicción de que quien se conduce de esa manera, ofendiendo conscientemente «al otro», lo hace representando un papel. Es decir, actuando. Y ello porque no soy capaz de admitir que exista nadie con una mente tan podrida para, realmente, producir basura en forma de pensamiento. Porque si así fuera nos encontraríamos con que en realidad se estaría ejerciendo un derecho punible: el derecho al odio, bajo el disfraz de «la libertad de expresión».
Nuestra ciudad, mascarón de proa de cualquier decadencia universal, no se abstrae a ese naufragio intelectual. Aquí se ensalza la relajación de costumbres mientras se persigue al disidente que osa reclamar educación en valores para sus hijos. Nos partimos el pecho por la ciudad más bonita del mundo mientras paseamos al perro sin guantes de plástico. Nos violentamos con quienes vienen a sacarnos las vergüenzas mientras cantamos «Puta Expaña» ante la sonrisa complaciente del alcalde en la grada. Tenemos columnistas y autores (de libros, entiéndame) que exhiben una fijación digna de medicación contra la Iglesia , sus representaciones públicas y –lo que provoca sonrojo– contra sus fieles. Pero no osemos recordarle su pasado de monaguillo, que estaremos produciendo la ofensa máxima…
Cádiz se ha convertido en la capital del mal gusto . Y cuando se carece de gusto, se carece de sensibilidad y, a la postre, de gracia. Es fácil hacer reír al simple poniéndose una máscara de desdentado y rimando ‘olla’ y ‘Logroño’. Lo complicado es provocar la carcajada al inteligente usando lo que un día fue santo y seña de ésta ciudad: el talento.
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