Ejemplaridad (I)
Siempre me han llamado la atención los mensajes que se dirigen a un fallecido
Has sido y serás la inspiración de muchos. «Gracias por tu ejemplo. Seguimos tu lucha. Descansa en paz». Así escribió Alberto Garzón en su cuenta de twitter, el pasado sábado, tras conocer el fallecimiento de Julio Anguita.
Abriré un paréntesis excesivamente temprano, pero siempre me ... han llamado la atención los mensajes que se dirigen a un fallecido. Sobre todo, aquellos que se escriben en redes sociales. Puedo entender que un creyente en la vida eterna encuentre consuelo en esa práctica con la esperanza (que no califico ni cuestiono) de que el difunto leerá el muro de facebook desde el más allá, pero no alcanzo a comprender qué lleva a un racionalista, ateo y convencido en la materialidad caduca del ser humano a dirigirle unas palabras, en redes sociales, en modo directo, una vez que expira y queda inerte. Salvo que quiera darse notoriedad a costa del fallecido.
Cerrando la interrupción y volviendo al tema principal, trasladé en el encabezamiento el mensaje del ministro de Consumo porque me captó el reconocimiento a la inspiración y ejemplo que -dice- habría marcado en su vida el fallecido líder comunista.
A todos nos ha vencido alguna vez la tentación de aprovechar alguna figura destacada, a la que admiramos, para tratar de identificarnos con ella y presentarla como ejemplo de nuestro camino a quienes queremos impresionar. Pero creo que cualquiera que tuviera un mínimo sentido de la decencia se cuidaría mucho de evocar una supuesta ejemplaridad cuando se ha actuado, de forma notoria, de manera radicalmente opuesta a como se ensalza. Y menos aún si el cuerpo del inspirador está aún caliente.
El 23 de febrero de 2018 Julio Anguita presentó en la Universidad Complutense el libro ‘¿Por qué soy Comunista?’ (manifestación aún no equiparable -en esas fechas- a declararse nazi; sí lo sería ahora, según Resolución del Parlamento Europeo de 19/09/2019), del inspirado Garzón. En su alocución, impecable en fondo y forma, como caracterizaba siempre a Anguita -y nunca ahora a sus sucesores-, don Julio señaló, con su personalísima retórica, tres características de la España actual, según él la entendía:
La primera: un alto índice de irracionalidad. Decía Anguita que «el arte de sopesar las razones y la sensatez habían desaparecido». La segunda: «El ensimismamiento en la alienación»; y lo explicaba criticando que «se hablaba siempre de lo mismo», que la clase política «se ensimismaba en unos problemas que no existen» y enredaban «recitando mantras o viejas fórmulas para evadirse de una realidad». «El ensimismamiento no es, ni más ni menos, que una pérdida de la capacidad de análisis y de comunicarse con los demás», aseveraba el Califa. Y la tercera: que la clase política «no se asume, no se gusta». Es decir, que se negaba a sí misma. Y ejemplificaba: «Cuando alguien no se gusta, ataca a los demás, haciendóles culpables de esa realidad que no le gusta».
A Anguita le gustaba una España en la que «el adversario razona, expone y argumenta serenamente y no permanentemente crispado; se razonaba, se intercambiaban ideas y se debatía…».
Que don Julio Anguita fuera un ejemplo a seguir, en muchos aspectos, es innegable. Pero que un tipo que exuda odio y rencor desde el rincón de su solapa, que se maneja políticamente por dogmas sin desarrollo alguno, que vive al modo de aquellos a quienes critica (no olviden su famosa boda) y que sostiene a un hipócrita que se ha mudado de Vallecas venga a decirnos que el fallecido líder de Izquierda Unida era su inspiración supone un acto de hipocresía y de poca vergüenza solo a la altura de esta escombrera que nos gobierna. Déjenlo Descansar En Paz.