José Colón

Domados

Quienes hoy dicen representar a los trabajadores, obsequian a este gobierno embustero, incumplidor, indecente y arruinador

Quizás recuerden ustedes la primera huelga general que le montaron a Felipe González, el 14 de diciembre de 1988, la más importante habida en España desde la Transición. Yo tengo un recuerdo muy marcado de ella porque fue el día de mi decimosexto cumpleaños. En ... aquella época yo era un tipo muy sociable, muy aceptado y bastante tolerable (sí, la vida ha cambiado bastante) y tenía la suerte de disfrutar de muchas, sinceras y leales amistades. Y aquella protesta no masiva, sino unánime, convirtió lo que debería ser una bonita celebración en un amargo y deprimente día que solo merecía pasar pronto.

No solo no pude ir al cine (el «día del espectador», miércoles, era un maravilloso regalo al que ya nos habíamos acostumbrado a pesar de llevar muy poco tiempo vigente) ni invitar a patatas y refrescos a mi pandilla del Monte Corona. Es que ni siquiera pude consolarme viendo el episodio de «Los Problemas Crecen» que pusieran aquella tarde porque cerró hasta la tele. Traten de explicarle hoy algo semejante a un adolescente y procuren no parecer extraterrestres a su entendimiento.

Aquello fue un sonoro bofetón al gobierno, que partió de sus propias bases, hastiadas de la deriva del desempleo, en caída libre (especialmente, el juvenil), la pérdida de poder adquisitivo y el incumplimiento de promesas electorales. Los convocantes fueron los sindicatos mayoritarios y entonces omnipresentes, que en su día se conocían como Unión General de Trabajadores, el uno (mucho antes de que ese nombre se identificara con mariscadas y mangoneos); y Comisiones Obreras, el otro (hoy en día, para resumir -y quizás, también, para aclarar- simplemente «Comisiones») y fue secundada por la inmensa mayoría del país. Les recuerdo que el PSOE gobernaba con mayoría absoluta y holgadísima…

Los líderes sindicales de aquella época eran Nicolás Redondo y Marcelino Camacho. El primero, obrero del metal. Perseguido, detenido y procesado por su defensa de los trabajadores y su lucha contra el Régimen. Llegada la Democracia, fue elegido diputado por el PSOE y, ¡pásmense los lectores miembros de las Juventudes Socialistas!, renunció a su escaño para mostrar su desacuerdo con la política laboral y social del gobierno tras votar en contra de los Presupuestos Generales del Estado para 1988.

Sobre Marcelino Camacho se puede -y se debe- escribir no menos de cuatro columnas solo para resumir su trayectoria. Pero, afortunadamente, facilitó a cualquier aprendiz de exégeta ese desgaste dejando en vida el mejor epitafio posible, cuando salió de la cárcel de Carabanchel en 1976 y dijo «ni nos domaron, ni nos doblegaron».

No puedo ni imaginarme el sentimiento de vergüenza y asco que podrían sentir estos luchadores al contemplar la lamida obscena con la que, quienes hoy dicen representar a los trabajadores, obsequian a este gobierno embustero, incumplidor, indecente y arruinador, soportado por los no menos impúdicos representantes de aquel movimiento popular que surgió un lejanísimo 15-M al grito, obrero, de «no nos representan», dirigido a una casta política pseudo-aristrocrática que vivía y se reproducía ajena a los problemas y necesidades del pueblo.

¿Y saben lo más incomprensible de todo esto? Que aún hay currantes que votan a la izquierda.

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