José Colón - OPINIÓN

Diferencias

Como les comenté la semana pasada, inicié mi andadura como columnista en La Voz de Cádiz trasladándoles mi punto de vista sobre lo acontecido en Barcelona durante la deriva del golpe separatista

JOSÉ COLÓN

Como les comenté la semana pasada, inicié mi andadura como columnista en La Voz de Cádiz trasladándoles mi punto de vista sobre lo acontecido en Barcelona durante la deriva del golpe separatista, aprovechándome de mi posición de testigo directo gracias a que, desde hace tres ... años, vivo con un pie allí y otro en Cádiz, lo que me concede el privilegio de conocer la realidad de ambas ciudades, más allá de los tipismos y clichés. De los que las dos, por cierto, van sobradísimas.

Tengo despacho abierto en ambas ciudades. Y un bufete es una maravillosa puerta de entrada de historias y vivencias que necesitan de muy poca literatura para convertirse en una magnífica novela, si tienen la suerte de caer en manos de alguien con talento (motivo este por el que nunca he escrito sobre ellos). Las cuitas son las mismas, pero en Barcelona tengo la sensación de que la labor del abogado es más fácil. Aquí, en Cádiz, muchas veces te ves en la obligación de traspasar la barrera profesional para ofrecer al cliente un hombro, un abrazo y una presencia en la que pueda refugiarse en su desamparo. Allí no he encontrado esa necesidad. Quizás ayude a ello el carácter más recio y reservado y una cierta conciencia de autonomía personal desde muy pronta edad.

Disfruto de amistad en ambos lugares. Aquí, cientos y cambiantes. Allí, pocos aún, pero de tal calidad que compensa el número. Y al igual que aquí, procuro moverme en círculos diversos que me ayudan a mantener el pulso de la ciudad. Lo que no he hecho allí es meterme en política activa, a pesar de la fascinante atracción que suponga hacerlo en un frente de batalla (disculpen la metáfora), pero las experiencias que tuve en la hedionda retaguardia local me bastan para cubrirme las espaldas, que es por donde te hieren de muerte.

Amo allí y aquí. Y ese amor me ha llevado a considerar que también tengo doble familia. Lo que me lleva a encontrarme con mi nuevo cuñado en una cena navideña y quemar la sangre de mi compañera mientras amago con los capotazos rojigualdas frente a los picotazos del estelado.

Con tanto circunloquio egocéntrico he querido venir a presumir de que conozco una parte del diverso sentir catalán con bastante causa. De uno y otro bando y de ninguno. Catalanes, foráneos y extranjeros afincados. De todo y de todos aprendo, hasta el punto de que pocas cosas pueden ya sorprenderme con el calibre suficiente para venir a contárselo a ustedes, mis paisanos, como si de una curiosidad se tratase.

Pero esto que les traigo hoy me ha resultado tan singular, que entiendo merecedor de llamarles la atención sobre ello. Resulta que he tenido la desgracia de tener ingresada, en Barcelona, a una persona muy cercana. Se trata de un hospital público, con habitaciones compartidas por dos enfermos separados por cortinilla y un único baño para ambos. Es decir, un hospital corriente y moliente. Y sucede que la compañera de habitación de esta persona querida era una figura muy notable de la familia Pujol. Sí, del mismísimo Jordi Pujol, quien iba y venía con frecuencia a visitarla, así como muchos de sus hijos. Y quienes interrelacionaban con normalidad con los vecinos de habitación y familiares, como si de cualquier familia de Paterna se tratara.

Quede al margen el hedor a chacina, la carestía de vergüenza o cualquier otra consideración legítima que le venga a la cabeza mientras lee esto. Lo sorprendente para mi ha sido la normalidad escrupulosa y pulcrísima con la que se ha tratado a un enfermo y a su familia (con restricción de visitas, limitación de horario y todos los avíos que se precisan en cualquier régimen hospitalario, sin ningún trato de favor) por parte del servicio público catalán de salud.

Y, sobre todo, la expresión de incredulidad que surgió en el rostro de mi compañera cuando me lo contó, observó mi pasmo y oyó cuanto le expuse a cómo sería el tratamiento que, en situación similar, se ofrecería en Andalucía a cualquier tipo similar: plantas reservadas, saltos de listas de espera y barra libre a visitantes. ¿Se imaginan a cualquier familiar de primer grado de un imputado por corrupción compartir habitación hospitalaria con cualquiera? Ella no podía creer lo contrario. ¿Y ustedes?

Sí que somos diferentes, sí…

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