Desertores
Veo evidente que la existencia de una clase política cobarde, miserable y deshonrosa es consecuencia directa de una base social en clara debacle moral
Cuesta mucho escribir sobre esto; y el esfuerzo por resistir la tentación de evadir el compromiso de señalarse y exponerse -y buscar, a cambio, el compadreo del lector mientras se airea alguna desvergüenza de la mamarrachada gobernante– es grande. Pero esta semana recién pasada ubicó ... un día que marcará la Historia de la Humanidad en una medida que aún no podemos dimensionar; un acontecimiento del que no podemos abstraernos y nos obliga a dejar en segundo plano cualquier desvergüenza del chirlachi local de turno: La invasión rusa de Ucrania.
Hoy, hasta el más ignorante de los votantes de cualquier absurda opción izquierdista tiene un mínimo conocimiento acerca de las consecuencias que se nos avecinan; y esa preocupación general encuentra poco consuelo de la clase dirigente.
Ya comenzamos a barruntar la tormenta, en la misma Cádiz, desde el pasado lunes 21 de marzo: dentro del programa de encuentros patrocinado por LA VOZ de Cádiz, dicho día se ofreció una conferencia de Luis Garicano, europarlamentario por Ciudadanos, vicepresidente del grupo ‘Renew Euope’ y otrora profesor de Estrategia y Economía de la Escuela de Negocios del Instituto Empresa y en la London School of Economics. Y, ante un público formado, angustiado y perplejo, el tipo solo atisbaba a argumentar nimiedades ante los requerimientos de respuesta cuando se le cuestionaba sobre las medidas concretas que el Parlamento Europeo adoptaría contra Rusia en caso de intervención militar. Tras insufribles circunloquios y desvíos –y obligado por la insistencia del respetable y aún de los propios moderadores, indignados por la huída dialéctica del personaje– el burócrata ultimó exponiendo que una de las sanciones barajables podría consistir en impedir que los equipos de fútbol –propiedad de oligarcas rusos– jugaran en las ligas europeas. Y el ciudadano se quedó tan ancho y satisfecho de su papel de representante de la ciudadanía europea, a razón de 9.000 euros al mes (sin contar dietas y comisiones).
Tres días más tarde llegó el desastre; y la perplejidad de aquel respetable público tornó en indignación cuando pudimos contemplar que las medidas efectivamente adoptadas contra el mayor ataque a la soberanía nacional de un país, perpetrado desde la anexión nazi de Valonia en 1944, se limitaban a poner lucecitas en edificios y a vetar a Rusia del festival de Eurovisión.
Y mientras esto pasa en las esferas de las cogederas ovíparas, los datos terrenales que llegan a nuestro conocimiento no ayudan, precisamente, a una mejora de la perspectiva. Sirva como ejemplo la noticia ofrecida por este mismo periódico el pasado jueves, que relataba el afligido grito de auxilio de una joven ucraniana afincada en Jerez para que se concediera derecho de asilo a su novio y evitar así, decía, que ingresara en prisión si regresaba a su país. Y resultó que el muchacho era un desertor, que huyó de la llamada a filas convocada por su gobierno para todo hijo de vecino mayor de edad para una cuestión tan menor como la defensa de su país. Que no significa más que la defensa de tu familia, tus valores y tus iguales.
Pero el muchacho era estudiante –«no soldado», alegaba– y por eso veía injusto arriesgar su vida en el frente. Y todo ello sin atisbo de vergüenza ni decoro (el miedo es libre, pero el sentido del honor siempre obligó a esconder la cobardía y no airearla) mientras su país ofrece imágenes de heroísmo político inimaginable para el estercolero patrio y clama por ayuda militar internacional.
Ignoro el momento exacto en el que se creó el vínculo. Pero veo evidente que la existencia de una clase política cobarde, miserable y deshonrosa es consecuencia directa de una base social en clara debacle moral. Y así nos irá.
¡Defendámonos!
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