Cuando se tiene razón

Una trifulca en que los contendientes saldrán indemnes y la única gran damnificada será la ciudad.

En los últimos días estamos asistiendo en Cádiz a un cruce de reproches y escalada de collejas en peligrosa cadencia volcánica. Una trifulca en que los contendientes saldrán indemnes y la única gran damnificada será la ciudad. Esa que el uno dice amar y los ... otros partirse el pecho por ella.

Y servidor entiende que, en este nuevo fregado, el adicto a la baja laboral lleva razón. Soy consciente de que muchos se sorprenderán de este giro. Puedo garantizarles que nadie me ha ofrecido un carguito y que mi sueño de regentar un chiringuito playero sigue literalmente inmaculado: sigo deseándolo (aunque la playa en la que he diseñado el proyecto sea una en la que el sol se pone ‘p’atrás’) y mantengo mi aversión al Campari y a su homólogo calimochero. Pero soy el primero en denunciar el sectarismo y no puedo permitirme caer en la hipocresía. Así que proclamo que yo, en esto, estoy con Él.

El hombre tiene razón cuando les pide que hagan su trabajo. Y que, en lugar de tanta queja y tanta reclamación, contribuyan y cumplan, pues demasiado bien pagados están y su sueldo no guarda relación alguna con su esfuerzo. ¿Cuántos días a la semana acuden a su puesto de trabajo? ¿Qué beneficios reales aportan a la ciudad? ¿Por qué no dan el callo?

No se dicho jamás en voz alta, aunque nadie podrá tacharme si doy por supuesto que el tipo haya pensado que estos plañideros sean unos mercenarios. Y en esto también le apoyo. A ninguno de ellos le importa Cádiz. Están en su puesto por la pura pasta (aguantando lo que le echen) y, muchos de ellos, soportando el nombramiento como sumatorio de puntos con la esperanza de un mejor destino. Lo han visto realizado en otros compañeros, así que no resulta una ilusión pueril pensar que también a ellos les llegará el momento. Mientras tanto, a pasar las horas y a cumplir lo justito con aquellos a quienes debes tu sueldo. Porque, como se te ocurra hacer valer tu autoridad -esa que te han dado aquellos paganos- y salir en su defensa, corres el riesgo de quedarte sin ascenso.

Luego está la polémica sobre la suspensión de privilegios. Esta es una de las medidas que más ha llamado la atención, no tanto por su importancia sino por la simple desvelación del asunto a una ciudadanía ignorante de cuanto se cuece a sus espaldas -durante años- sin que nadie tenga la decencia de venir a explicárselo. Tristes pagafantas que ignoran que sus impuestos sirven para que ‘gente principal’ obtenga servicios municipales gratuitos, tarjetas de ‘autoridad’ para aparcar en lugares vetados, palcos gratuitos en actuaciones teatrales y grandes coladeros en el inmenso palco del denostado estadio municipal.

Los ‘otros’ le recriminarán que es un vago, un inepto o un demagogo, pero el quillo tiene toda la razón: le da cuarenta vueltas a todos estos que se muestran incapaces de arremangarse, dejar de lado sus absurdas diferencias (de manual dictado por comisarios políticos) y dar a esta ciudad el golpe de timón que necesita. Si el giro es el adecuado, el lastre caerá, solo, al océano.

Porque yo, durante toda la columna, he venido a hablar de quienes están paraditos mientras éste destroza. Me refiero a la oposición municipal. Espero que se me haya entendido.

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