OPINION

¡Cíñase!

Viernes, 4 de diciembre de 2020. Justo dejo al niño en la puerta del colegio cuando comienza a caer un chaparrón muy de aquí, de los que nunca llega solo

JOSÉ COLON

Viernes, 4 de diciembre de 2020. Justo dejo al niño en la puerta del colegio cuando comienza a caer un chaparrón muy de aquí, de los que nunca llega solo.

El caso es que me dirigía al juzgado, a atender a un cliente que me ... requirió para que lo defendiera en un mal asunto con un vecino energúmeno que llevaba haciendo la vida imposible a media comunidad. Lo citaron a las nueve y cuarto de la mañana y ya pueden imaginarse lo justo que llegaba. Aún a pesar de la faena y la estresada caminata con maletín cargado, paraguas inservible, bozal y gafas empañadas, llegué a tiempo para recomponer la figura, apaciguar el semblante y revestirme con la mayor dignidad posible con mi toga empapada. Porque deben saber ustedes que los abogados gaditanos, ¡cómo no!, disfrutamos de un hecho diferencial con el resto de colegas patrios -y, además, nos hace inconfundibles-. Y es que llevamos la toga a cuestas. Otro día les contaré por qué.

Disculpen el desvío. Les decía que ya acompañaba a mi cliente y nos dirigíamos al juzgado para celebrar la vista señalada. Llegó la hora. Pero tuvieron que pasar cuarenta minutos hasta que entendí prudente acercarme a la oficina y preguntar a los funcionarios que allí estaban, dando el cayo, qué había de lo mío. La respuesta fue que ya habían llamado la atención a la responsable en varias ocasiones (muy respetuosamente, no se fuera a ofender) por la costumbre de señalar juicios a horas en las que no solía llegar a su puesto de trabajo. Jamás.

En esas estábamos funcionarios, cliente y abogado -ya seco- cuando la dueña de la agenda apareció cincuenta minutos más tarde de la hora en la que debió comenzar el juicio. Evidentemente, sin exponer ninguna excusa ni pronunciar una tímida petición de disculpa a los allí presentes. Y miren que es fácil, sobre todo porque a una figura tan significativa se le perdona cualquier desliz porque el pobre común mortal entiende que las ocupaciones del portador de puñetas son muy superiores. Pero en este caso en concreto, ni siquiera balbució una mínima justificación. Porque ella lo vale.

El juicio se refería a unas amenazas recibidas en un día determinado. Sin embargo, en su turno de palabra, el pobre hombre que llevaba año y medio sufriendo las embestidas de su vecino trataba de explicar que lo ha denunciado en más de siete ocasiones y que, a pesar de tener ya tres sentencias a favor, no ha logrado desembarazarse de esa cruz porque la pandemia vino a paralizar, primero, la actividad judicial y, luego -por mor del parón- vino a ralentizarla aún más de la deriva tradicional. Trataba de elaborar el relato no sin dificultad, atenazado por la presencia del otro individuo y con la angustia de no poder presentar a su testigo -su hija- porque no quería exponerla.

El buen hombre no clamaba solo Justicia. Buscaba que alguien autorizado lo escuchara y lo entendiera. Ha arrastrado su cansina denuncia reiteradamente por los rellanos, por las oficinas de la Comisaría, en el despacho del abogado y ante cuatro jueces distintos (los tres anteriores, puntuales y comprensivos). Y con independencia de que le dieran o no la razón, anhelaba la comprensible dosis de mínima empatía necesaria para seguir adelante.

Sin embargo, su relato era continuamente interrumpido con invocaciones a «ceñirse» al hecho «concreto y puntual», desmereciendo lo que pudiera haber acontecido anteriormente. Con sensación de prisa por acabar. Y fue en ese momento cuando surgió la necesidad de corregirla. Nadie puede entender la trascendencia de un hecho si no conoce su génesis y el recorrido que lleva a exteriorizarse. Y nadie es responsable de que otro sienta la mañana perdida si el retraso solo puede reprochársele al estresado.

De la empatía que demuestre una persona que ejerce la autoridad depende que un ciudadano vulnerable regrese a su casa con mayor o menor ánimo y respeto hacia la Ley. Y también de que un tipo asocial que arrastre múltiples denuncias vuelva a la suya siendo seriamente advertido o sintiéndose impune y envalentonado.

Todos hemos de ceñirnos. A nuestros actos, al cumplimiento de nuestro trabajo y a la misión que se nos asigna. Y a un horario.

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