OPINIÓN
Los carguitos
Llevo tiempo sufriendo cómo se rellenan cada vez más espacio de tertulias radiofónicas con la matraca del Consejo General del Poder Judicial
Llevo tiempo sufriendo cómo se rellenan cada vez más espacio de tertulias radiofónicas con la matraca del Consejo General del Poder Judicial.
Como no es difícil de adivinar -por cuanto acabo de definir-, el asunto me fascina de tal modo que las páginas de prensa ... dedicadas al tema me sirven para abanicarme mientras busco noticias que me interesen. Y si tengo la suerte de que, en los escasos ratos que me siento frente al televisor, aparece algún tratamiento del asunto, zapeo. Pero como la escucha radiofónica la gestiono de otro modo (encuentro pocas alternativas a mi cadena de cabecera y sus voces suponen una gran compañía en ausencia de la real), hay veces en la que asisto asombrado a un cuestionamiento tertuliano, sentido e ilustrado, sobre la barbaridad que, al parecer, supone la falta de acuerdo de los partidos políticos para la renovación de tan importante pilar del Estado (dicen).
Quizás alguno, llegado a este punto, se maliciará sobre la categoría de un abogado que escribe tantas simplezas sobre un poder constitucional cuyas funciones tocan tan de cerca la materia con la que diariamente trabajo. Desde luego, no seré yo quien les induzca a error sobre mi valía, pero sí les diré que, precisamente por mi desempeño diario, me veo perfectamente capacitado para tildar de estulticia a ese debate.
Y también les confieso que el ánimo para escribir esta columna me llegó tras mantener una conversación con un magistrado, a quien admiro y respeto a pesar de que no me de la razón casi nunca. Aquel día, confesándose agobiado por la carga de trabajo del Juzgado y las condiciones en las que tenían que atender los asuntos, me dijo: ¿qué me importan a mí los cargos del Poder Judicial si lo que llevo reclamando desde hace años para poder trabajar, personal y medios, no me los dan? Pues eso.
Se habla siempre que ese Poder del Estado garantiza la independencia de los jueces frente a los otros dos poderes, el Legislativo y el Ejecutivo. Ya. Por eso la juez Alaya -por poner un ejemplo-fue apartada de la instrucción del caso de la corrupción socialista andaluza (según denunció la magistrada y se publicó en su día, por mor de un acuerdo entre PSOE y PP, Dios sabe para evitar qué respecto a estos últimos) sin que ni uno solo de los miembros del excelso Órgano de Gobierno de los Jueces interrumpiera alguno de sus fines de semana caribeños para evitar el atropello.
En todo caso, siendo rigurosos, si no saben ustedes cuales son las funciones concretas de ese Poder, les resumo aquí las que más pueden afectar al ciudadano: Nombramientos reglados y discrecionales (¡ejem!), inspección de los Juzgados y Tribunales, régimen disciplinario judicial y, no se levanten aún, que ahora es cuando más truena la carcajada: mejora de la calidad de la Justicia. O sea, habida cuenta de los resultados cosechados durante los 23 años de ejercicio profesional de éste servidor suyo por salas de Justicia de media España, podría decirse que trabajan menos que un liberado sindical en Almería. Y, de forma menos coloquial pero más dañina para el pagador de impuestos: que no sirven para nada. Al menos, no para mejorar la calidad de vida de quien sufre las carencias y deficiencias de quienes acuden -y no por gusto- a jugarse la suerte ante un señor (o señora) tocado con puñetas.
Así que no se alarmen. Lo que se está discutiendo de forma tan histriónica y pomposa por los políticos no es ninguna materia sustancial. Es otra de esas peleítas para ver a cuantos propios se coloca en un puesto que permita al agraciado dejar de preocuparse por el coste del megavatio para el resto de su vida. A ustedes no les afecta.