OPINIÓN
Lo que Cádiz no quiere
Tenía intención de escribir sobre la Cumbre del Clima y el hatajo de sinvergüenzas que, a costa de decenas de distintos erarios públicos
Tenía intención de escribir sobre la Cumbre del Clima y el hatajo de sinvergüenzas que, a costa de decenas de distintos erarios públicos, se ha pegado la fiesta -y, según desvelaron las imágenes, la siesta- disfrutando de las espirituosa Glasgow, hipotecando a nuestros hijos en ... un mercado persa en el que, bajo la engañifa del combate al cambio climático, comprometen millones de euros como si esta gentuza supiera cómo ganarlos fuera de la política, la estafa y el atraco. Todo ello mientras Rusia y China -los mayores contaminadores del planeta- se orinan en los rimbombantes acuerdos y los países africanos continúan inundando de basura sus ríos y los océanos, a la par que abren las manitas para recibir aquellos millones, con los que mantienen regímenes políticos corruptos mientras la población sufre pobreza extrema. Y así se cierra el círculo. Perro no come perro, ya saben.
Pero hete aquí que llega El Fenómeno y, fiel a su inveterado vicio, me obliga a cambiar de enfoque y comentar su última cátedra. No puedo hacer otra cosa. Desde la dirección de este digno medio solo me indicaron que procurara escribir sobre temas de relevancia local y, ¡claro!, pocas cosas hay más relevantes para un gaditano que el evangelio de San Juan de Dios. Si le han dedicado un peinado portada de periódicos (con cara de satisfacción del creador), este columnista no podía resultar ajeno a La Palabra.
Pues va y dice el tipo, en relación al debate abierto sobre el modelo de ciudad, que «Cádiz no quiere ser una ciudad de turistas británicos borrachos». Imagino que el artista, tras soltar esa perla, tuvo el amago de hacer la pose de final de pasodoble, ya saben: expresión de rabia masculinamente contenida, arrojo de sombrero al suelo y puño cerrado, mirando al suelo infinito mientras le gritan «campeón». Atavismos folklóricos.
En primer lugar, me pregunto qué narices sabrá ese señor qué es lo que quiere Cádiz, porque ni siquiera Cádiz misma lo sabe. Me explico: mientras este sujeto sumaba matriculaciones en asignaturas de Historia impartidas por la Universidad de Cádiz, visitas con dinamita altavocera y años de liberación sindical en Almería, en esta ciudad sudaban empresarios, hosteleros, urbanistas y técnicos para lograr convertir el cacareado «Paraíso» en un punto relevante en el mapa y que aquí se dejaran euros que no escaparan fuera. Sin olvidar el impulso de unos gestores que trabajaban a jornada completa y cometiendo la ordinariez de no darse de baja ni un solo día. Y, aún así, nunca terminó de definirse el modelo a adoptar.
Luego está el asunto de investirse en portavoz del sentir ciudadano, cuando el protagonista gobierna en minoría y solo gracias a la descomposición de un PSOE local que ha evidenciado su desinterés por esta ciudad y desde el que se muestra, con ausencia de pudor, el plumero de postulante al siguiente enchufe gubernativo con nómina gorda. Dígase Zona Franca, asesoría parlamentaria o agencia pública provincial.
Claro que el figura puede defender aquello del carácter institucional de la regencia municipal y creerse que la ciudad es él y, consecuentemente, que sus querencias y aversiones son compartidas por todos sus vecinos. En esa línea, el modelo de Eutimio debe creer que los gaditanos quieren que su ciudad sea un estercolero, que los jardines parezcan campos de refugiados, que las plazas de los barrios estén ocupados por borrachos (de Cádi-Cádi) y fumetas, que la agenda cultural sea de tercera regional y que muchas calles se conviertan en gimkana entre mantas donde se vende género falsificado mientras la policía se pone de perfil y el comerciante contribuyente tiene que cerrar la tienda. Ya va siendo hora de que alguien le diga a éste qué es lo que realmente no quiere Cádiz.