Opinión
Cabeza de turco
Ahora nos entretendremos con el espectáculo que montarán para desvelar la intimidad y el perdido anonimato del currito.
Ya lo han encontrado. Acabo de oír en las noticias que Correos ha abierto un expediente a la empresa, subcontratada, encargada de la clasificación de las cartas. Y no queda ahí la cosa, pues desde el servicio público postal se ha dado órdenes expresas ... de apartar del servicio «de forma inmediata» al vigilante de seguridad que «no detectó en el escáner» los ya famosos «elementos peligrosos» .
Se hace evidente que el cocinero usó ingredientes podridos para hacer el puchero. Y, cuando la fetidez de esa cocción amenazaba con provocar el vómito de los comensales a quienes estaba destinado (todos de la misma familia), el intendente ha cortado por lo insano y ha señalado a quien traía la bolsa de la compra . Fácil.
Ahora nos entretendremos con el espectáculo que montarán para desvelar la intimidad y el perdido anonimato del currito. Acuérdense de esto: conoceremos que el vigilante ha visitado redes sociales con contenido "machista”, “xenófobo” o -aún peor- “ultra-derechista” . Es posible que veamos alguna foto suya asistiendo a algún mítin de algún partido político que guste de ondear la bandera española en lugar de cualquier otro invento; e incluso podría asegurarles que el desgraciado portaba una mascarilla en la que luciera la rojigualda. Y, por supuesto, ningún piquete de lucha solidaria obrera saldrá en su defensa.
Lo más llamativo del asunto no es que esa defenestración del pinche se lleve a cabo por los responsables de la cocina, sino que los invitados a la mesa permanezcan sentados y complacidos, hinchándose como botas de vino y ebrios de olla podrida. Como dijo Churchill: «Algunos hombres cambian de partido por el bien de sus principios; otros cambian de principios por el bien de sus partidos» . Que traducido resulta: hay que comérsela calentita.
No obstante -y siguiendo el principio estoicista de hacer de la necesidad virtud- alguna buena idea podemos sacar de ésta cuestión. Pensándolo bien, en esa forma de proceder que ha elegido Correos podría hallarse la fórmula mágica que nos convierta en un país competitivo. ¿Por qué ceñir esa exigencia de responsabilidad individual solo a casos protagonizados por un trabajador contratado por una empresa privada? ¿Por qué no lo extendemos al funcionariado?
Veamos: si un paciente sufre algún tipo de negligencia, exíjasele responsabilidad al enfermero o al médico responsable, sin que se diluya en el “Servicio Público”. Así el contribuyente se ahorraría la indemnización que habría que pagar a la víctima y la sociedad se aseguraría de que el culpable no volviera a ponerse una bata. Llevemos a cabo el mismo principio en cualquier ámbito de la administración pública. En poco tiempo seríamos más eficaces y competitivos que Alemania. ¡Y lo que nos ahorraríamos!
Aunque eso no conviene a los encargados de repartir la ración y llevárselo calentito. Ya se estuvo una vez cerca de ese objetivo y se nos dio un puchero amargo por una banda que exigía un gobierno “que no nos mintiera”. Hoy, como ayer, esa banda sigue engordando. Sin intoxicarse.