El botín
Se ha montado un tinglado para mangarme 10 euritos y pico
Imagino que en cuanto les confiese que voy a escribir sobre algo que me ha ocurrido, dejarán de leer. Es lógico y asumo el riesgo. Mi único lamento tiene como objeto al director de este periódico, que me pidió que escribiera sobre cuestiones de interés ... local y yo vengo a descolgarme con problemas de mi vida privada. Por eso me disculpo al inicio del artículo, para darles la oportunidad de pasar a otra cosa -a ustedes- o de publicar algo más meritorio -a él-.
Ya solventada la obligada advertencia, paso a hablar de mi libro: me han robado 10 euros.
Bueno, a decir verdad, nadie me ha robado nada y no ha sido esa cifra. Ha sido un poquitito más; y sería peligroso catalogarlo como “robo”, porque seguro que la todopoderosa maquinaria jurídica tendrá el engranaje lo suficientemente engrasado como para hacerme entender -con multas e indemnizaciones para resarcir el honor maltrecho- que no puedo equivocarme en la tipificación jurídica. Así que lo retiro, aunque en mi fuero interno (y solo en él) sospeche que he sido objeto de lo que se viene llamando desde tiempo inmemorial una “apropiación indebida”.
El caso es que mi frustrada vocación de vocero me impulsa a contar lo sucedido, con el único ánimo de que se conozca y ustedes mismos juzguen el asunto. Sin más, iré al grano:
Tengo la enorme fortuna de estar vinculado a un banco “super-mega-molón” por mor de las muchas obligaciones que, seguro, ustedes entenderán (domiciliaciones, penalizaciones…etc). Y sucede que el pasado jueves entré en la aplicación telefónica para realizar pagos debidos y consultar saldos (entrada casi obligada desde que el banco decidió maltratar a sus clientes y privarlos de atención personal). Y, entre las decenas de disgustos que cualquiera se lleva un simple segundo día de mes (¿cómo es posible adeudar tanto -sin gastar- en dos días?), me encuentro con un cargo de 100 Euros (léalo otra vez: CIEN euros) por un supuesto “contrato de tarjeta de crédito”.
Permita que siga abusando de su paciencia para demostrarle que lo que cuento no es ninguna obviedad. Recobraré su interés -si es que ha llegado hasta aquí- para decirle que anulé mis tarjetas de crédito hace más de un año. Solo mantengo una de débito y me limito a conservar el crédito con la única empresa española que me permite conseguir, año tras año, que los Reyes sean Reyes para mis hijos con independencia de las miserias que su padre sufra para ello. Y que, además, me facilita los cambios -y la vida- como nadie es capaz de igualar.
Tal cual se lo expliqué a la amable y sufrida empleada que atendió mis alaridos cuando llamé al servicio de atención al cliente. Me dedicó quince minutos, salteados de varios ruegos de espera para “elevar el asunto a los departamentos oportunos”. La conclusión final fue esta -que trataré de transcribir de forma más literal y concisa posible-: “le pedimos disculpas, no entendemos qué ha podido suceder, pues es cierto que usted anuló sus tarjetas de crédito. El Banco le devolverá la parte proporcional correspondiente a la cuota no satisfecha”.
Sí, sí… Todo lo que usted diga de ahora en adelante ya lo rebuzné yo: “parte proporcional”, “cuota no satisfecha”, “anulación de tarjeta”, “no petición de renovación”, “reconocimiento de error”… Resultado: que me “devuelven” (¡tóquense las narices!) 89,90 €.
En resumen: que se ha montado un tinglado para mangarme 10 euritos y pico. Y si esto me lo hacen a mí, que soy un picapleitos consciente de la inutilidad de una reclamación judicial al respecto, imagínense la cantidad de compañeros pringados a quienes les habrá sucedido lo mismo. Rebuscando en internet, descubro que esa honrada corporación tiene 148 millones de clientes en todo el mundo.
Calculen: con que le pase lo que a mí solo a un uno por ciento de todos estos compañeros incautos, estos maravillosos gestores de nuestro dinero se quedan con catorce millones ochocientos mil euros por la misma cara. Con muchas y sinceras disculpas, eso sí.
Sí, soy un oportunista aprovecho mi suerte para poder relatar el tema, sin más interés que el informativo. Otros, en cambio, disfrutan de la materialización de su apellido y procuran que nada de esto se sepa.
Yo, mañana, cambio de banco. ¿Y usted?
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