José Colón
Borbonismo
No creo que en España haya un sentimiento monárquico puro, como existen en otras naciones europeas. Aquí, como buena Nación vieja que es, impera el sentido práctico
«No es que todos seamos juancarlistas, es que estamos hasta los cojones de todos vosotros». Así, magistralmente, describía el tuitero Ángel Jiménez (@AngelJimenezA) el sentimiento generalizado de la gente que mantiene al país ante el lodazal montado por la espumante izquierda a cuenta del ... regreso a España de Juan Carlos de Borbón.
Las hechuras han cambiado mucho desde que el príncipe Juan Carlos fuera designado por el Generalísimo como sucesor a la Jefatura del Estado, con título de «Rey». Según me cuentan mis mayores (a quienes siempre hay que acudir para contrastar lo que se lee sobre la marcha de sus tiempos en libros escritos hoy), aquel rubito con pinta de alelado fue aceptado sin discusión por dos cuestiones principales: Porque lo dijo Franco y porque aún vivía mucha gente que recordaba la ruina que «la república» supuso para España.
Reconozco que conservo cierta incredulidad a la hora de analizar su papel como artífice de la Transición Democrática. Antes bien, creo que esa magnífica obra de ingeniería política fue orquestada por quienes, desde dentro, tenían bastante clara la caducidad del Régimen y la necesidad de apertura y reforma como único modo de supervivencia nacional (¡cuánto alejamiento de quienes hoy en día solo aspiran a la supervivencia partidista o, aún más ruin, personal!). Y en Juan Carlos encontraron, simple y llanamente, a un posibilitador. Que no es poco, porque podría haber bloqueado cuanto hubiera querido. Ahora bien, sea por querencia o por capacidad, lo cierto es que a él -y solo a él- le deben hoy los miserables enemigos de la Nación su tratamiento como «señorías». Solo por eso tendrían que tener el decoro que permanecer, cuando menos, silentes como una de sus madres en misa.
Es un defraudador, un comisionista, un sátrapa… Sobre tales acusaciones existen hoy los mismos cargos judiciales efectivos que respecto a la propiedad de los áticos de lujo de las hijas de José Bono, las minas de oro de Zapatero en Venezuela, las subvenciones otorgadas por Pedro Sánchez a su suegro (el dueño de locales de alterne gay en Madrid), las comisiones ilegales a Podemos o la participación de Ábalos en el tráfico ilícito de maletines venezolanos: Ninguno.
Sí existen, por el contrario, sentencias dictadas sobre el expolio de fondos públicos llevados a cabo por la cúpula del PSOE andaluz; el uso del dinero, destinado a los parados, en drogas, prostíbulos y mariscadas sindicales; y, en definitiva, el fraude de seiscientos setenta y nueve millones cuatrocientos doce mil ciento setenta y nueve euros (lo pongo en letra para que se dimensione bien), lo que supone un desvío de 10 millones al año durante el gobierno socialista en la Junta de Andalucía. Es decir, que los condenados podrían haber pagado a once Corinnas para su solaz. Con la diferencia de que a Juan Carlos se la pagó su primo catarí y a la de estos se las hemos pagado ustedes y yo. Todo sea por el mantenimiento de la democracia, el progreso y la honradez centenaria.
No creo que en España haya un sentimiento monárquico puro, como existen en otras naciones europeas. Aquí, como buena Nación vieja que es, impera el sentido práctico. Y, como bien dice el gran Ángel Jiménez, la razón de los vítores reales hay que encontrarla en el hastío de la ciudadanía ante la escombrera política.
Particularmente, yo no daría mi vida por un Rey. Y mucho menos por uno que no sirve para nada, como en alguna otra ocasión he escrito acerca de nuestro Jefe de Estado. Siempre me he considerado republicano presidencialista. Pero ante la perspectiva de que la representación máxima de mi país la encarne un Zapatero, un Pedro Sánchez o cualquier Kichi de medio pelo que las urnas hayan tenido la gracia cuartetera de investir (que no embestir)… ¡Viva el Rey de España!
Por muchos años.