El boicot
Somos nosotros mismos quienes nos cavamos el hoyo en la arena de la mejor playa del Sur
Andan los cadistas indignados con los últimos y descarados robos arbitrales y con la teoría -que cada día liguero que pasa gana más adeptos- del boicot orquestado para que nos hundamos de nuevo en el pozo de la segunda división. Idea esta que - ... en el singular universo gadita- no se circunscribe exclusivamente al ámbito futbolístico, sino que trasciende a la esfera de ciudad .
Mucho se ha dicho y escrito sobre el victimismo y el derrotismo como sentimientos intrínsecos de la señera gaditanía . Ojalá, sin embargo, quienes levantan tales soflamas hubieran leído y viajado siquiera la cuarta parte de lo que lo han hecho sus autoproclamados profetas, girando por tablados de tierras ignotas y embebiéndose de unas letras tan ajenas a su entendimiento como la consideración de que el mundo gire ajeno a las cuitas de un fondo norte de pueblo cualquiera.
Sí debo reconocer como cierto que Cádiz es la cenicienta de un cuento amargo . Son ya demasiados años anhelando ver cambios, mejoras, cumplimientos de promesas y ejecución de proyectos que solo se traducen en embustes y decepciones mientras las vecinas avanzan. Y no digamos cómo adelantan las hermanas mayores. Pero pensar que este abandono obedece a un complot de la internacional, pérfida y atávica envidia digerida contra nuestra Arcadia por un hipotético universo huérfano de las legendarias prebendas que ofrece nuestra isla a sus afortunados moradores es un pensamiento tan pobre que explica a la perfección por qué nos administra un tipo que, en cualquiera de aquellas celosas latitudes, permanecería apilando hamacas de playa hasta que llegara su edad de jubilación .
La pierna encima, para que no levantemos cabeza, no es foránea. Es propia. Somos nosotros mismos quienes nos cavamos el hoyo en la arena de la mejor playa del Sur , desde los tiempos en que nos creímos que ese eslógan era cierto sin necesidad de contrastarlo haciendo menos de cien kilómetros.
Si somos un hazmerreír en Sevilla, en Madrid o en Bruselas , no es porque tengamos como regidor a un ni-ni, sino porque mostramos una puerilidad asombrosa . Si se atacan algunos derechos laborales, nos fastidiamos a nosotros mismos impidiendo que nuestros vecinos acudan a su trabajo, como si en los centros de poder les preocupe mucho el efecto que unos pocos exaltados puedan causar en este rincón. O, quizás, sean sabedores de que la única consecuencia será positiva para ellos, porque el retrato de un impresentable azuzando a quemar la ciudad sea el mejor aviso a navegantes para saber a qué no votar y mantener, de esa forma, el statu quo.
No me encasillen. Igual ocurre cuando se soporta, sin queja, que un gerente de empresa municipal de aguas gaste miles de euros en campari y comilonas mientras los husillos desbordan porquería en el centro de la ciudad cuando caen cuatro gotas ; o que Juanma no hace lo que haría pero coloca al exquisito paladar al frente de una agencia pública que nos cuesta varias decenas de miles de euros al año.
Esta columna de hoy debería haber tratado alguna de las dos ideas-fuerzas anotadas en mi libreta durante la pasada semana: el retrato de Albert Rivera hecho por el despacho de abogados que lo contrató y la vergonzosa (y cobarde) “indexación” del precio de la luz. Vergonzosa, por cuanto se realiza por quien venía a salvarnos de los males del capitalismo; y cobarde, porque se necesita ser muy miserable para ocultar la verdad bajo un término incomprensible para quien comparte patinillo con la madre del artista .
Y, al final, siempre termino escribiéndoles de lo mismo: sobre vagos y maleantes .