Blanco y negro
Se hace ya urgente algún tipo de antídoto que haga despertar a la población
Sentado ante el ordenador para escribir algunas líneas respecto a lo sucedido en la semana, me ha venido a la cabeza un episodio que transcurrió en una de aquellas tertulias que gustaba de orquestar Javier Sardá en sus nocturnas “Crónicas Marcianas”. Lamentablemente, solo puedo recordar – ... entre los intervinientes- a Pocholo Martínez-Bordiú. Trataba aquel debate sobre la relación entre la juventud y actividades de riesgo y el inefable “celebrity” defendía una postura lúdico-festiva cuyo desatino ya pueden ustedes intuir. Y sucedió que, en un momento clave del coloquio, otro de los participantes –creo que se trataba de un médico- le espetó que su mera intervención suponía el más evidente y trágico ejemplo del efecto que podían provocar las drogas en el cerebro humano.
La ingesta de ácido lisérgico –conocido popularmente como LSD-, induce a un estado alterado de la conciencia y provoca alteraciones en la percepción, como como alucinaciones visuales y distorsión del tiempo, entre otros.
Por su parte, los consumidores de cannabis experimentan cierta agudización sensorial (colores más brillantes, sonidos captadores...). Como buen alucinógeno, altera la percepción del tiempo, infunde risa facilona y, curiosamente, provoca aumento del apetito.
No son pocas las familias que, sentadas ante el televisor, se cuestionan sobre lo que habrá ingerido, inhalado o inyectado el publicista creativo de algún anuncio de detergente, productos de belleza o compresas con alas. Y de la broma pasamos a la sospecha cuando se trataba de alguna serie destinada a nuestros hijos y que se caracterizaban por animaciones psicodélicas y cierta distorsión en la descripción de las relaciones entre los personajes. El efecto es el mismo: niños pegados a la mentira, devorando basura y olvidando cuanto sucede a su alrededor.
Ya Walt Disney descubrió que la mejor forma de evadirse de la realidad era crear un Mágico Mundo de Colores que permitiera a los niños olvidar su gris verdad a la par que le hinchara la bolsa. No importa si la criatura tiene que acudir a comedores sociales o debe ir cubierta con una manta por la casa para soportar el invierno. Se le compra a la niña el vestido de Bella Durmiente en la tienda oficial y se le monta en el avión con destino a París en un viaje para cuyo pago lo ha realizado una entidad prestamista que desahuciará a la familia en un plazo de cinco años. Lo fundamental es que la cría recuerde el sabor del algodón dulce para que no repare en el rugir de su estómago. Y, mientras, los herederos del bueno de Walt siguen forrándose.
Se hace ya urgente algún tipo de antídoto que haga despertar a la población. Mientras la ciudadanía no puede acceder a una vivienda digna, tiene que agendar el horario de la lavadora, se las ve y desea para llegar a fin de mes y ve recortados sus derechos a la par que se prima a quien viene a apoderarse de ellos, supone una indecencia que una persona con responsabilidad legislativa justifique su sueldo estival proponiendo un debate sobre el sexo de unos perros de mentira o que su consorte, el alcalde menos útil de los tres habidos en Democracia –y, posiblemente, de todos cuantos han regido la Ciudad-, presuma de gestión, cuando la ha convertido en un chiquero.
Pero como la fórmula de la oposición siga siendo la misma que hasta hoy, tenemos risas y colorines para rato. Y mugre.