OPINIÓN
Anormales
Por más que el impresentable que tenemos que sufrir a nivel local haya rebasado su propio nivel de miseria moral con sus intentos de contraataque desde el sofá
Por más que el impresentable que tenemos que sufrir a nivel local haya rebasado su propio nivel de miseria moral con sus intentos de contraataque desde el sofá; aunque nos hayan dado otro mazazo con la noticia sobre el cierre de Airbus; a pesar de ... las calamidades que nos está dejando este ya olvidado ‘año de esperanzas’… el tema que ha acaparado la atención de forma absoluta en la pasada semana ha sido la condena a un delincuente por enaltecimiento del terrorismo.
Habrán ustedes leído, hasta la saciedad, las preciosas rimas con las que el protagonista supremo componía sus sugestivos temas. A pesar de ello, permítanme un pequeño extracto de algunas de ellas: «¡Merece que explote el coche de Patxi López!»; «No me da pena tu tiro en la nuca, pepero. Me da pena el que muere en una patera. No me da pena tu tiro en la nuca, socialisto»; «Que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono»; «Prefiero grapos que guapos. Mi hermano entra en la sede del PP gritando ¡Gora ETA! A mí no me venden el cuento de quiénes son los malos, sólo pienso en matarlos»; «Que le jodan una bomba, que revienten sus sesos y que sus cenizas las pongan en la puerta de la Paeria (así conocen al Ayuntamiento en Lérida)». Hay muchas más. Y sus mensajes en redes sociales son todo un ejemplo de la magnífica educación que sus padres le han procurado. Un orgullo.
En otro país (que hubiera sufrido algo parecido a lo que en España se ha padecido durante cincuenta años de terrorismo asesino), quién sabe si en otro tiempo, al excremento que hubiera compuesto y cantado semejante mensaje, quizás, lo hubieran exterminado de manera poco ética. Es posible imaginar que, además, los familiares de las víctimas, las fuerzas de seguridad de ese estado o brigadas paramilitares no solo hubieran actuado contra esa bacteria y su familia, sino que hubieran provocado una matanza en alguno de sus conciertos, o colocado bombas en centros comerciales donde se vendiera alguno de sus discos. Cosas normales que sucederían en algún país de bárbaros. Execrable.
Pero vivimos en un país anormal, donde respetamos la Ley, aunque esta nos golpee. Un país donde no se ilegaliza a partidos políticos que pretenden destrozarlo mientras lo saquean y que permite, pacíficamente, la pervivencia de un sistema electoral que les da poder.
Un país anormal, donde los ciudadanos las pasan canutas para llegar a fin de mes mientras sus mesías políticos hacen el agosto y el de sus cuñados. Un país enfermo, donde se elige como representantes a miserables que rezuman odio y rencor. Un país donde se tolera que anormales representantes de su gobierno alienten a los anormales que destrozan las ciudades sin que se ordene desalojarlos -a unos y otros- con una tanqueta. Un país anormal, donde un delincuente no cumplirá la condena que se le ha impuesto por exaltación del terrorismo y nosotros, pobres ciudadanos normales, volveremos a demostrar nuestro plante aporreando con fuerza la pantalla de nuestro ‘smartphone’ tuitero.
Y mientras eso ocurre, querido ciudadano normal, esta ralea de anormales seguirá orinándose en su sentido del deber, de la ética y de la democracia. El de usted.
Menos mal que nos queda la Libertad de Expresión. ¡Qué sería de nosotros sin ella! Aunque solo nos sirva para escribir. Tal vez en otro lugar, en otro tiempo… la acción fuera otra.
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