OPINIÓN
Andorra
De pequeño sentía una atracción especial por ese enclave pirenaico
De pequeño sentía una atracción especial por ese enclave pirenaico. Mis primeros recuerdos de esa fascinación geográfica se remontan a la clase de segundo de E.G.B. en la Academia ‘Hermano Gárate’, una escuelita también enclavada. Geográficamente, en la planta baja de un chalecito ... sito en la calle Santa María de la Cabeza que desapareció hace años en pos de otro de los horrorosos bloques que hoy la convierten en un tubo. Espiritualmente, en una suerte de limbo entre los sistemas educativos del antiguo y el nuevo ‘Régimen’.
A su mando estaba don Francisco, quien se entretenía contándonos anécdotas de su participación en la Batalla del Ebro y regalándonos un varazo en la palma de la mano si cometíamos algún error ortográfico o al cantar la tabla de multiplicar. Muchos se espantarán, pero mayor sobresalto siento yo cuando leo las faltas de ortografía de un recién licenciado universitario o compruebo su indiferencia ante los errores cometidos en la tarea que se le encomiende. Pero ese es otro tema.
La clase estaba presidida por uno de esos mapas de España antiguos, físico-político, con su cuadradito Canario encajado bajo el Golfo de Cádiz rompiendo los meridianos. Y con cuatro focos que golpeaban mi imaginación en aquellos felices años de la Transición: Lisboa, Faro, Perpiñán y Andorra.
Me llamaban tanto la atención que me propuse conocerlos algún día. Y lo hice. De todos, el único que no me decepcionó (al contrario, me enamoró y hoy es uno de mis «lugares en el mundo») fue Lisboa. El resto, mucho. Y Andorra, especialmente.
Entiéndanme: no encontré allí rastro alguno de blasones medievales, marcas carolingias ni poblaciones montañeras viviendo en ninguna burbuja espacio-temporal. Y detesto los centros comerciales. Especialmente, cuando la ciudad en sí misma lo es.
Sin embargo, sí traje de aquel viaje (año 1994) un recuerdo muy positivo: el bienestar. La gente allí vive bien. Y por vivir bien me refiero a que tienen trabajo (en Andorra disfrutan del pleno empleo), una educación pública y gratuita con nivel de excelencia, un sistema sanitario situado a la cabeza del ranking mundial y una criminalidad inexistente.
Un parlamento (cámara única) de 28 miembros. Una Jefatura de Gobierno con cinco asesores. Doce ministros. Y siete parroquias (ayuntamientos), con dos personas al frente de cada una. Pocos impuestos (los suficientes para mantener el mínimo Estado necesario) y un mimo envidiable a las clases productivas. Para que puedan seguir produciendo riqueza para el país.
Sí, dirán ustedes que eso es fácil con una población de ochenta mil habitantes. Ya. Solo que miro a mi alrededor y no son pocas las ciudades que –con esa población– asfixian con impuestos a sus ciudadanos, ponen trabas burocráticas para el asentamiento de empresas y la creación de empleo, son líderes regionales de paro y, mientras todo eso sucede, mantienen una enorme masa de concejales, asesores, funcionarios y empleados de empresas municipales, zonas azules y patronatos varios…
¡Que bien se tiene que estar en la nieve!
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