José Colón
Akelarre
La evitación del tema ha sido una constante durante estos días de fiesta grande gaditana. A modo de excusa o para ocultar nuestras vergüenzas, cualquier mención a la guerra en Ucrania ha sido rápidamente solapada por un vaso, un chiste rápido y un «amoscuchá» ágilmente ... introducido para librarse del pelmazo. Que llevamos dos años sin Carnavales y, si atendemos a la advertencia que lanzó Macron la semana pasada, este puede ser el último.
Y así, mientras celebramos nuestra particular Cuaresma, alejada de cualquier ceniza y reflexión, nos ponemos la careta de honda preocupación momentánea al entrar en una cafetería y ver interrumpida la conversación por las imágenes mostradas por la televisión del bar. El horror reflejado en los cuerpos ensangrentados de niños que pudieran ser los nuestros. La desesperación en el rostro de mujeres que pudieran ser las nuestras. Y la gravedad en el semblante de hombres que no somos nosotros, porque ellos no se esconden.
Nosotros nos quedamos a refugio de las grandes palabras y las ideas mayestáticas. Por supuesto: somos la vanguardia moral y no podemos caer en la barbarie. Esto lo pararemos «de otra forma». Y así vemos desfilar a burócratas europeos con piel finísima que proponen medidas de tebeo y se soliviantan cuando un ciudadano de a pie les llama la atención; estrategas militares de organizaciones internacionales que no se atreven a aplicar una zona de exclusión aérea; gobernantes sin hoja de vida laboral preocupados por las encuestas…
Si toda esta gente tan preparada creyera, honestamente, que a Putin se le frena cerrando las tiendas de Inditex, nos enfrentaríamos a un enorme grupo de presuntos discapacitados. Pero realmente nadie cree tal cosa. Los burócratas del mundo occidental no tienen mermadas sus facultades mentales, sino las gónadas, depositadas a buen recaudo en cualquier playa privada de imposible acceso a quienes pagamos tan generosos sueldos.
Y mientras debatimos, nos compungimos, nos preocupamos y escribimos columnas, mueren aquellos niños, mujeres y hombres que no se esconden. Putin, sin ropa de Zara y sin preocuparse por su tarjeta visa, ha ordenado bombardear el puente por el que miles de refugiados huían de la barbarie, provocando decenas de muertes de inocentes. Si no se le hace frente, mañana lo podrá hacer en Polonia; y pasado mañana podría lapidar a todas las asistentes a las manifestaciones del 8-M.
Se trata, en definitiva, de un grito egoísta. Ayudar a Ucrania es nuestra obligación porque, de no dar la cara, la barbarie se apoderará de nuestras libertades y nuestras vidas, destruyéndolas. Y si eso ocurre ya no tendremos que preocuparnos por el uso del lenguaje exclusivo.