Adiós, 2021
El año nos ha dado un mazazo moral importante que nos deja ver con claridad la negritud del horizonte
Ya van dos. Las nubes que ensombrecieron la despedida de 2020 han vuelto a oscurecer una Navidad que soñábamos muy distinta, porque anhelábamos la de siempre. Si en las tertulias clandestinas -por el exceso numérico- que se celebraban el año pasado reinaba la Esperanza de ... la recuperación sanitaria y económica, en estos últimos días del inocuo 2021 se nos ha dado un mazazo moral importante que nos deja ver con claridad la negritud del horizonte, por mucho velillo de papel con el que nos quieran cegar.
Así, comenzamos el año anestesiados. Quisiéramos o no, nos inocularon graneles de células adormecedoras a través de campañas de vacunación, informaciones pseudocientíficas que hablaban de inmunidad de rebaño y todas las zanahorias que pudieron colgar enfrente para que, como dóciles ovejitas, siguiéramos la senda que se nos marcaba sin salirnos de la vereda. Hastiados con la situación y aún afectados por el trauma que supuso el confinamiento, el ciudadano de a pie asentía noblemente ante las instrucciones a pesar de la enorme impopularidad de las vacunas y los misteriosos silencios oficiales ante las voces disonantes, Premios Nobel incluidos entre ellas. Ha sido muy difícil resistirse: la gente quería recobrar su normalidad a cualquier precio y la amenaza de aislamiento y ostracismo que se ceñía sobre los rebeldes motivó el éxito masivo de la campaña.
Durante el primer semestre del año, todo lo demás pasó a un segundo plano. A la par que avanzaba el calendario sanitario se iban abriendo los cerrojos y recobrándose libertades básicas cuya limitación resultaba impensable hace solo dos años. Y continuó así el efecto de la anestesia: el Gobierno seguía expoliando a las clases trabajadoras, se desviaban millones de euros a cuestiones ajenas a las necesidades básicas de la ciudadanía y se compraba la complicidad de unos representantes sindicales que a estas alturas han demostrado su catadura moral. Más bien amoral. Como la exhibida por todos aquellos asaltantes de los cielos que clamaban con cimitarra democrática por la subida de la luz cuando gobernaba Rajoy, hoy desfilan en modo trenecito emético: la lengua -otrora revolucionaria- inserta en el recto de su benefactor.
Ahora han venido a decirnos que las vacunas están dejando de tener efecto. Pero yo me malicio que lo que nuestros gobernantes están advirtiendo es que lo que está dejando de funcionar es el letargo con la que pretendían inmunizarnos eternamente ante el abuso.
El embustero que ocupa La Moncloa preparaba sus vacaciones mientras se cumplían los plazos para que se desvelara su enésima farsa: la de reducir el precio de la luz en el mes de diciembre y equipararla al abonado en el año 2018. Sabía que se iba a La Mareta (o donde el Diablo quisiera aposentarlo) dejando un bonito panorama: los problemas de suministros; la inflación galopante; la vejación continua por parte de terroristas y golpistas; el abandono de funciones y el desamparo de familias españolas exigiendo el cumplimiento de la Ley donde esta banda con cartera ministerial no tiene arrestos de hacerla efectiva.
Y, si hay algo que aterra a estos, es el resultado de las encuestas que solo ellos manejan y que reflejan un panorama electoral similar de Madrid, donde ciudadanos de Vallecas, Carabanchel y el llamado Cinturón Rojo de Madrid dieron una patada a la farsante izquierda -defensores del obrero que no saben el significado del verbo ‘cotizar’- y otorgaron el gobierno de la región a Isabel Díaz Ayuso, un fenómeno político a quien le salió bien la idea que explotó Teófila Martínez en su última y malograda campaña electoral, cuando decidió reducir en su cartelería el logo del Partido Popular hasta hacerlo ilegible.
Por eso vuelven las campañas de alarma sanitaria. Y las restricciones, los toques de queda, la amenaza de ruina y los bozales al aire libre. Ya no saben como volver a dormirnos. Pero se olvidan que las mascarillas no son herméticas. El aire entra…y sale.