13 de Julio
Aquel día se destrozaron todas las líneas rojas
Aquel día se destrozaron todas las líneas rojas. El pueblo, tan sufrido, abnegado y pacífico hasta ese momento, se hartó y persiguió a esas bestias taradas -estas sí- haciendo que se escondieran en sus madrigueras. Fue la Policía quien tuvo que proteger a las ratas ... de una masa humana sedienta de Justicia que les recordaba, de forma atronadora, que no eran vascos, sino solamente una manada de hijos de puta.
Nada podía consolarnos, pero aquellas imágenes que retransmitían las televisiones en las que veíamos los rostros mudados de valientes gudaris presos del pánico aplacaba ligeramente la náusea que nos produjo aquella salvajada. Verlos escondidos, aterrados y huidizos nos hizo recordar que no eran animales, sino miserables con nombres, apellidos y padres y que, solo por eso -como si fuera poco- merecían la aplicación más dura de la más dura de las leyes dentro del más justo de los procedimientos legales, en lugar del deseo mucho más expeditivo que recorría las mentes de la mejor gente de este país.
En otro lugar -y quizás en otra época- aquello hubiera supuesto el exterminio de toda una raza, según el modo de pensar de los hijos de Arana. Pocos pueblos pueden “presumir” de haber soportado estoicamente una casa-cuartel de Zaragoza, un Hipercor o cualquier otra vileza cobarde y canalla sin haber reaccionado brutalmente contra los actores, sus parientes y sus vecinos cómplices.
Pero España es diferente. A pesar del daño, el odio y el desprecio recibidos, el español quiere y respeta al vasco y supo diferenciar un pueblo de una banda de malnacidos, por muy nutrida y ramificada que esa fuera. Y en esa diferencia y esa bondad radica nuestra debilidad.
Somos el pueblo de la otra mejilla. Donde otros reaccionan de forma levantisca al mínimo roce, el español se ofrece al martirio que el agresor quiera infringirle a capricho, no vaya a pensarse mal de nosotros en aquellos lugares donde no importamos una higa. Y gracias a esa forma de vagar por el universo, vienen a nuestra casa a robarnos, a violarnos y a matarnos. Crímenes que en otros lugares se castigan con amputaciones y sillas eléctricas aquí se premian con indultos, excarcelaciones y reconocimiento político.
Lo más triste de todo ello es que nuestro peor enemigo no viene de fuera. Hoy todos nos cruzaremos con alguien que se pintó las manos de blanco aquel 13 de Julio de 1997 y sin embargo permaneció callado hace tres meses cuando Marlaska firmó la orden de acercamiento del asesino de Miguel Ángel. La humanidad no debe contaminarse de la política, pero cuando apoyas a un gobierno que se sostiene por una banda de criminales, te has convertido en cómplice de la infamia.
Ni Olvido Ni Perdón.