11-S
Francamente, debo decirles que conservo aún tanto la sospecha sobre la veracidad de cuanto han venido contándonos como la duda sobre la honestidad de algunas de las teorías de la conspiración
Desplome de una de las torres del World Trade Center el 11-S.
Películas, especiales debates televisivos, informativos, documentales y suplementos extraordinarios en la prensa. El vigésimo aniversario del asesinato de dos mil novecientos noventa y seis personas en Nueva York, Washington y Shanksville (Pensilvania) ha merecido una cobertura informativa asombrosa.
Parece que fue ayer cuando servidor de ... ustedes asistió, atónito -como todos quienes estaban en ese mismo momento ante el televisor- a la descomposición que sufrió el rostro de Matías Prats cuando recibió en directo la llamada del corresponsal que le informaba del ataque al Capitolio. El “¿cómo?” desaforado y espontáneo que emitió el bueno de Matías forma parte de mi particular biblioteca mental de detalles aparentemente insignificantes que, de una forma u otra, han ido dando forma a mi entendimiento del mundo. En aquel instante, particularmente, esa forma de encajar la noticia me hizo tomar constancia de la gravedad del asunto y me hizo sospechar que había gato encerrado.
Esas dudas terminaron de despejarse cuando salieron a la luz las primeras imágenes y, sobre todo, los primeros datos. El hallazgo del pasaporte, casi intacto, de Mohammed Atta -por un lado- y la “volatilización” del supuesto avión que reventó el edificio más seguro del mundo -por el otro- terminaron de convencerme. Por si eso no fuera suficiente, resultó que también el avión que se estrelló en un campo de Pensilvania se “desintegró” por el impacto. Según los especialistas, se trata del único caso en que una aeronave -sin explosión previa- sufre esa radical desaparición por un impacto contra el suelo.
No fui el único tipo rarito que pensaba mal. Gente bastante más capacitada que este columnista investigó seriamente estos episodios y concluyó que todo era una Gran Impostura. Como el francés Thierry Mesan, quien denunció -con datos, testimonios y fotografías- que cuanto aconteció aquel 11 de septiembre fue en realidad una operación de “falsa bandera” perpetrado por el propio gobierno para instaurar un régimen nuevo en el mundo. Que el destructor del Pentágono fue un misil y que el vuelo 44 fue derribado por un avión de combate borrándose inmediatamente todas las pistas posibles.
Francamente, debo decirles que conservo aún tanto la sospecha sobre la veracidad de cuanto han venido contándonos como la duda sobre la honestidad de algunas de las teorías de la conspiración. Pero lo que nadie podrá quitarme de la cabeza es aquella terrorífica contradicción con la que se nos hizo comulgar: la indestructibilidad de un documento identificativo frente a la volatilización de un monstruo volador de 300 toneladas de aluminio, acero y titanio.
En aquellas suspicacias coincidí con mucha gente denominada “de izquierdas”. Personas que no podían conformarse con una verdad oficial que se trataba de imponer sin que existiera ni una sola explicación plausible sobre los múltiples mentís o las evidencias de cierto embuste.
Lamentablemente, aquella masa tan crítica con la pueril y sonrojante ristra de mortadeladas norteamericanas no mostró ninguna duda cuando en nuestro día 11, pero de Marzo, desde los canales informativos de cierto grupo mediático se iban filtrando datos sobre versículos del Corán en furgonetas, terroristas suicidas que salieron indemnes y trenes que se retiraron, desguazaron y destruyeron ipso-facto.
Sobre esto no hay documentales anuales, ni debates en La Sexta. No vaya a ser que nos de por relacionar cosas y nos preguntemos sobre el origen de todo…
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