Ni uno
El salón de la Fundación Cajasol estaba abarrotado y llamó poderosamente la atención que no acudiera ni uno solo de los miembros del partido popular gaditano
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La semana recién pasada fue un regalo para cualquiera que se enfrenta a cumplir el compromiso de juntar letras y tratar de trasladar al lector un punto de vista que le pueda parecer interesante. Si, además, el relator tiene inclinación por diseccionar –o, si quieren, ... destripar, ¿para qué andarnos con eufemismos?– al personal de la esfera política, como es el caso, pueden imaginar que un servidor de ustedes disfrutó como un niño chico viendo la última de Marvel con un cubo industrial de palomitas. Sirva como ejemplo gráfico mi libreta de apuntes, que suelo rellenar con dos páginas semanales –con ideas a las que sacar jugo para escribir esa columna– y a las que tuve que grapar dos folios adicionales para no entorpecer el formato de calendario regular.
Y así, de esa forma tan entretenida, se plantó el viernes en la agenda con la punzante cuestión de cada siete días: decidirme sobre el tema a tratar y desechar el resto. No crean que me resulta fácil. Carezco de la habilidad que tienen otros para sincretizar y cometo la torpeza de copar el espacio conferido con un solo tema –y siempre de manera incompleta–.
En esas, cobraba fuerza en mi cabeza la idea de olvidarme de todas aquellas páginas rellenas, todas las poderosas imágenes y los interesantes debates que, seguro, tendrán desarrollo y consecuencias a corto y medio plazo en la historia de nuestro País. La razón de ese suicidio periodístico (perdónenme la osadía, pero permítanme el símil) la constituía la imagen -formada exclusivamente en mi hemisferio derecho, ya les advierto- del mayor responsable de la ruina económica, moral, ética y estética de esta ciudad relajado entre sus coleguitas, pasándose la litrona y el cigarrito “liao”, a salvo de ninguna tacha por habernos enfrascado todos los articulistas -de mayor y menor pelaje- en comentar todo lo relacionado con gente verdaderamente importante y dejado, por unos días, de tachar a un tipo que, sabiendo solo de una cosa -Carnaval- y valiendo solo para eso (si es que a eso llega), es tan negado que ni siquiera ‘eso’ sabe gestionar.
Así que ya me disponía a escribir sobre mi monotema cuando apareció ‘Ella’. Alta (sobre todo, de miras), inteligente, propietaria de un bagaje cultural vastísimo y dotada de una majestad natural impropia de la escombrera en la que se ha convertido la política en los últimos 10 años. Les hablo de Cayetana Álvarez de Toledo. Periodista, historiadora y parlamentaria. Una de las primeras víctimas del inefable Teodoro García Ejea en su inexplicable carrera hacia el alpechín, quien la cesó como portavoz del grupo popular en el Congreso de los Diputados por demostrar rectitud, tenencia de principios, libertad de pensamiento y valentía. Justo lo opuesto a lo mostrado por el lanzador de aceitunas, su cobarde tapado y el resto de paniaguados que, raudos, se han precipitado a salvaguardar su puesto dedocrático. Ya ha advertido Albert Rivera que fuera de la moqueta hace frío; y estos hace tiempo que no se ponen un jersey.
El salón que la Fundación CajaSol dispone para estos actos estaba abarrotado. Gente muy variopinta unida por la curiosidad que supone, hoy en día, oír a un político expresar su opinión personal de forma clara y directa sin recurrir al manual, a la logorrea o a la demagogia. Pero –y esa es la razón de éste artículo– llamó poderosamente la atención que no acudiera ni uno solo de los miembros del partido popular gaditano. Ni uno. Gente esa que podrá ver acudiendo en manada a arropar al medio-mandamás de turno inaugurando un semáforo, o que se hubiera presentado en tropel para figurar en las primeras filas si la conferenciante hubiera tenido la prudencia de sorber los mocos al jefe, como cargan ellos el curriculum. Pero ella tiene lo que ellos no. Y así quedaron todos retratados.
Luego querrán ser depositarios de confianza para tener responsabilidad de gobierno. Mañana.