El premio de las hijas de María
Días antes de la Explosión de Cádiz, las Parcas, las que rigen los designios de la vida humana, llamaron a numerosas puertas
Días antes de la Explosión de Cádiz, las Parcas, las que rigen los designios de la vida humana, llamaron a numerosas puertas. En el número seis de la calle Francisca Moreno de Madrid, perpendicular a la calle de Alcalá y muy cerca del parque del ... Retiro, vivían las hermanas Julia y Elvira Sáez Cabañas. La casa tenía una fachada señorial de esas de primeros de siglo del Madrid ecléctico, con colosales ménsulas que soportaban el voladizo del balcón central desde la primera planta hasta la torre. El piso de abajo lo ocupaba la familia de María Luisa Pérez Capella y en buena vecindad se cruzaban todos los días en el trasiego del subir y bajar escaleras. Además, María Luisa y Elvira eran funcionarias del Instituto Nacional de Previsión y congregantes de las Hijas de María, una comunidad mariana en tiempos de transformación y renovación que atraía a mucha gente joven y que tejía lazos de amistad entre muchos hogares de toda España. En contraprestación a tanto esfuerzo apostólico y misionero a veces llegaban también las recompensas, y Elvira y María Luisa habían sido galardonadas con un premio vacacional en un lugar casi paradisíaco junto a la costa, a más de seiscientos kilómetros de distancia de la capital.
El destino era la casa de la familia Palacios, situada en el número 8 de la calle Tolosa Latour, en la luminosa Cádiz. Se podría decir que era una forma de intercambio, donde otros miembros de la congregación hacían de familias de acogida. Pero nada era casualidad; Juliana Blasco, la esposa de Raimundo Palacios, las conocía y mantenía con ellas un estrecho lazo de amistad. La ilusión era grande; pero cuando todo estaba preparado para iniciar el viaje, seis días antes de subirse al tren Elvira se puso enferma. A María Luisa le tocaba irse sola o quedarse en tierra. O una tercera opción: que Julia aprovechara el premio de su hermana. Las Hijas de María no pusieron ninguna objeción y las dos decidieron viajar juntas, con la pena de dejar en tierra a la pobre Elvira. ¡Adiós!, adiós… Nos veremos a la vuelta. Disfrutad las dos, ya me contaréis.
El 18 de agosto de 1947, Mercedes Salinas cruzaba la calle con la pequeña Inmaculada Palacios de la mano. Nada más llamar a una puerta frente por frente a la de su casa, apareció Juliana, tan joven y amable como siempre. «Aquí te dejo a la pequeña, que en cinco minutos me llama mi novio». «¿Dónde vas con tanta prisa? ¿Por qué no te quedas aquí un rato con nosotros? Tengo en caso a dos visitas de Madrid; te gustará conocerlas». Pero Mercedes se resistió a quedarse para no perder aquella llamada que le salvó la vida, aunque nunca llegó a descolgarla. A las diez menos cuarto de la noche la casa de los Palacios se convirtió en un solar de paredes huecas y escombros amontonados. Una semana después, el padre de Manuel Prado y Colón de Carvajal reconoció a María Luisa Pérez Capella gracias a un anillo que llevaba puesto en el dedo, visible en la fotografía número 20. Su identificación no habría sido posible de otra forma debido al estado en que quedó el cuerpo y la cara. Se pudo decir que incluso muerta tuvo suerte, porque según supo su sobrina a otras mujeres les habían amputado el dedo para robarles deprisa y corriendo lo que portaban de valor. Algo parecido le pasó a Margara, la hija de don Camilo, en el segundo piso, cuyo cuerpo apartaron los ladrones para continuar con el expolio dejándola allí medio muerta sin prestarle auxilio.
A Julia Sáez Cabañas la reconoció una enigmática señora de la que poco se sabe, llamada Ponciana Postigo Arias y que residía en el economato de astilleros. Probablemente fuera otra congregante de las Hijas de María, porque en lugar de Julia dio el nombre de Elvira, que es a la compañera que esperaban. Julia no regresó a casa con su hermana ni tampoco María Luisa. Y Elvira había vuelto a nacer después ser dada por muerta durante varios días, en un intercambio del destino que seguramente le atormentó con su recuerdo el resto de su vida.