Chapu Apaolaza
Jodida política
Veo a Pablo Iglesias sentado en un corrillo de prensa en el suelo del Salón de los Pasos Perdidos del Congreso y entiendo que se echara como si fuera Jesús con sus discípulos
Veo a Pablo Iglesias sentado en un corrillo de prensa en el suelo del Salón de los Pasos Perdidos del Congreso y entiendo que se echara como si fuera Jesús con sus discípulos o un jefe scout, habiendo en Palacio tanta y tan buena silla, porque en esa moqueta tan cálida, tan frondosa y tan limpia, se podría dormir a un recién nacido. El líder podenco, que diría Arcadi, se está sentando en el suelo de España. Hay que contar ahora la verdad, la postverdad y la poseverdad, que es algo que ni es ni no es, sino todo lo contrario. Que da el pego. El simbolito, el tic, la mueca, la camiseta, la corbata con aquellos nudos anchos, el flequillo pepero asomando en las azoteas del cielo de las finanzas sobre la niebla de Madrid y los de la CUP partiendo las fotos de un rey. Siempre me pareció que bajo el gesto de romper una foto tiembla un fondo de ternura, que es el germen del despecho, como bien sabe Oriol Junqueras. Quemar fotos siempre fue de psicópatas, pero romperlas es amor.
Lo que se lleva es lo que uno parece, que es la antesala de no ser nada. Antonio Gamero, por ejemplo, era un comunista convencido y en cambio se ganaba la vida haciendo de guardia civil en la pantalla. Lo recuerdo como un hombre bajito y un conversador tan abundante que lográbamos mantener una charla en una discoteca, cosa difícil de común, menos aún siendo él medio sordo. Gamero, del que lo primero que se veía era un cabeza redondísima y despejada, como una bala de cañón o un planeta inteligente, acuñó aquella frase que decía a veces Rafael Azcona: como fuera de casa no se está en ninguna parte. El Selu le dio una vuelta al dicho y le cantó a Garzón, cuando era Garzón y viajaba tanto, que como se hace caca en casa no se hace caca en ninguna parte, pero ese es otro asunto.
Gamero descubrió la nueva política un domingo en el bar Martín, a orillas del parque del Retiro, ahora me resulta que fue hace mil años. Errejón andaría entonces de marinero en su primera comunión. Cuando amansaban las aguas del agosto madrileño, allí atracaba Gamero con una serie de animales extraordinarios con los que tuve el placer de alternar. En aquella tertulia estaban Juanito Seoane, el gallego, que todavía debe de parecerse a Errol Flynn y José Andrés Gago 'El Pata', gourmet, arquitecto y mendigo de vocación no alcanzada, uno de esos incunables que me dejó en herencia mi padre. Un día en esa dulce bohemia, Gamero comentó que tenía que pasar al servicio, pero que temía el momento, porque tenía que lidiar con el problema de la gota en el pantalón. El gallego le dio un truco: "Mira, Gamero, tú meas, después te la guardas y cuando vaya a salir la gotilla, la sacas y así, engañada, echa la gotilla fuera". Todas estas explicaciones se daban a voz en grito dada la sordera del actor. El resto de la parroquia, en su mayoría gente moderna que va a los sitios que les descubren en las guías de las revistas, miraban alucinados sin comprender quizás que, sin quererlo, estaban acariciando la gloria de España. En esas, se oyó un juramento que provenía del baño y salió Gamero con un lamparón en la pernera, señalándose el desastre y mirando a Seoane, derrotado: "Eso me pasa por intentar engañarla. ¡Jodida política!"