Javier Fornell
Tiempo de héroes
Que estamos en guerra, ya no lo niega nadie. Lo dijo el jefe del Estado Mayor de la Defensa el otro día y no le falta razón
Que estamos en guerra, ya no lo niega nadie. Lo dijo el jefe del Estado Mayor de la Defensa el otro día y no le falta razón. Estamos en guerra contra un enemigo invisible al que podemos combatir de la forma más sencilla de cuantas ... formulas tenemos en una guerra: quedarnos en casa. Aun así, son muchos los que buscan la picaresca para escaparse a comprar tiritas y darse una vuelta por la calle, sin importar que cada uno de nosotros podamos ser agentes del enemigo.
Pero en tiempos de guerra, también surgen los héroes anónimos que, formando parte de la masa de la tropa, se convierten en carne de cañón en primera línea de batalla. Nuestra guerra es tan extraña, que nuestros primeros soldados visten uniformes de supermercado. Son ellas (la gran mayoría son mujeres) las que se enfrentan con miedo, pero con una sonrisa a la marabunta que acude a reponer sus hogares. Son ellas las que, escondiendo su rostro tras mascarillas, siguen al pie del cañón (valga el símil) manteniendo la normalidad de nuestras vidas.
Hay otros: camioneros y transportistas que siguen lejos de su casa para que no se paren las mercancías; agricultores y ganaderos que mantienen vivos los campos para que no nos falten productos básicos; también los trabajadores de la banca que nos inspiran confianza y seguridad en estos tiempos de crisis; los basureros que recorren las calles para mantener la higiene y salubridad de nuestras ciudades; y tantos otros trabajadores (también los pescadores continúan en la mar, jugándose la vida doblemente) que siguen en sus puestos de trabajo para mantener activo este país.
No son los únicos héroes, por supuesto, pero ya se ha escrito (y aplaudido) mucho sobre enfermeros, médicos, policías, guardias civiles y militares. Ellos están donde deben estar. Donde siempre han estado. En primera línea de una guerra que es tan suya como nuestra. Y poco se dice de esos autónomos que, una vez más, se enfrentan a la adversidad solos y abandonados por el gobierno; encerrados en sus casas y tratando de mantener vivos sus negocios con más sangre que alegrías.
Los que no nos muestran heroicidad, ni están a la altura de esta sociedad confinada, son los políticos. Esos que cada día parecen más fuera de lugar en todos los aspectos. Desde un presidente que parece (y más le valdría estarlo) ausente y cuyos discursos a la nación parecen guionizados por los hermanos Marx, cuando no plagiados directamente; hasta un consejo de ministros desaparecido en combate. Dejando todo el peso de la nación en manos del director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, que, pese a todos los pesares, es el único que parece mantenerse firme en la adversidad.
Fernando Simón se ha convertido en el rostro de esta guerra. El anónimo profesional que, de pronto, se ve obligado a situarse en primer plano. Manteniéndose firme en la lucha contra el virus y los políticos. Tratando de mantener la confianza de la sociedad y, seguro, batallando por conseguir el único objetivo posible: frenar la pandemia.